En la última edición de la muy gustada serie; “Tiempos de Austeridad”, Gerardo Fernández Noroña, presidente del Senado, ofreció un emocionante episodio denominado; "Misión Diplomática". Esta vez, en lugar de recorrer las tierras mexicanas buscando las soluciones a los enormes problemas que padece el pueblo, se fue a Estrasburgo, Francia, asegurando que su viaje no era para hacer turismo parlamentario, sino para cumplir con un delicado deber de diplomacia internacional. Claro, aunque su estilo no es para nada diplomático, lo hizo en business class, porque la diplomacia, como todos sabemos, se disfruta mejor con asientos reclinables y un menú gourmet.

Lo cierto es que las críticas no tardaron en llegar. Y es que, ¿cómo puede un senador, tan fervoroso defensor de la austeridad, justificar semejante lujo? Afortunadamente, Noroña, con su inconfundible estilo de autoridad, -léase autoritario- indiscutible, salió al paso de las críticas de los periodistas con el descaro que lo caracteriza y hacer una invitación a comprobar que efectivamente había viajado en clase premier. Si lo demostraban, él renunciaría; si no, los periodistas debían dimitir.

En un país donde las promesas de renunciar parecen tan fugaces como el vuelo de un avión en clase ejecutiva, la propuesta de Noroña rápidamente se convirtió en tema de conversación, y no precisamente en el Congreso.

Lo más interesante, sin embargo, no fue tanto la imagen de lujo ni la invitación a renunciar, sino la forma en que el propio Noroña cambió de postura sobre la transparencia. Al principio, había prometido una gestión clara sobre los gastos de los viajes financiados por el Senado. Pero cuando el tema de los viáticos salió a la luz, su discurso dio un giro digno de un experto en el arte del escape: no era necesario detallar los gastos de cada senador. Al parecer, la transparencia no aplica en esa clase privilegiada, pese a que el dinero sale de los bolsillos de los contribuyentes.

Es aquí donde el fraude telefónico entra en escena, y no en el sentido literal de recibir llamadas indeseadas, sino en la forma en que los recursos públicos se utilizan de manera tan nebulosa que más parece un truco de magia que una gestión pública. Si, al igual que un estafador telefónico, nos van prometiendo transparencia, pero lo único que recibimos es un rotundo no, a dar detalles de los gastos, ¿de qué estamos hablando realmente? ¿De un sistema que juega a ser abierto, o de uno que simplemente prefiere que no miremos con demasiada atención?, es precisamente por casos y sujetos como Noroña que el INAI debe existir, pero muy seguramente por estos casos y estos sujetos es que los legisladores decidieron desaparecerlo.

Al final, el senador calificó su estancia como "breve pero productiva", lo cual, a juzgar por las imágenes que salieron donde se le ve hablándole a la nada en un foro vacío, es un buen resumen de su participación en la transparencia. Como quien dice: "Yo vine, hice lo que debía, y de los gastos, que nadie pregunte mucho". La ironía de todo esto es que, a pesar de las promesas de cambio y de un gobierno más limpio, las prácticas de opacidad siguen siendo la norma, y no la excepción.

En conclusión, si algo nos ha enseñado esta "misión diplomática", es que la austeridad en los senadores no es más que una palabra en un diccionario que pocas veces se pone en práctica. El problema no está tanto en los viajes, sino en la opacidad con que se manejan los recursos del pueblo, y en cómo se nos trata como si fuéramos tontos, no capaces de ver más allá de la etiqueta de "alto nivel". Mientras tanto, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Dónde está la austeridad republicana? Y esa no es la idea…

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