Carlos Montemayor, en la memoria
Foto: Cortesía

Ciudad Juárez.- El pasado 27 de febrero se cumplieron 10 años de la muerte de mi padre. La fecha continúa dándome vueltas en la cabeza, 28 de febrero, cumpleaños de mi abuelo. Mi abuelo admiraba a su hijo. Mi padre le daba sus manuscritos para que los leyera y le diera su opinión. Lo supe un día que festejábamos el Día del Padre y fuimos por mi abuelo.

Mi padre se sirvió un whisky, mi abuelo un tequila. Nos sentamos a la mesa y mi padre le preguntó: "¿qué le pareció pa’?" El manuscrito estaba en la mesa y se trataba de la novela Los informes secretos. Mi abuelo le contestó: "es perfecta, muy bien escrita, bien lograda". Yo me sentía feliz de contemplarlos, los observaba y me daba cuenta de la admiración y el amor que entre ellos existía. Mi padre era feliz contando sus investigaciones a la familia cuando nos reuníamos y nos sentábamos a la mesa y todo era luz, alegría, viandas, bebida, postres, risas.

Recuerdo cuando escribía Rehacer la historia y juntos veíamos el video del Canal 6 de Julio y mi padre decía: "¿los ves?, ahí están, los del guante blanco, los francotiradores apostados en la iglesia". En febrero de 2003, cuando investigaba para su novela Las armas del alba tuve la fortuna de llevarlo a entrevistarse con el fotógrafo Rodrigo Moya a Cuernavaca.

El viaje, además de ser una lección histórica fotográfica, incluyó clases de manejo. Era mi primera vez en carretera y él venía enseñándome: "¡frena!, ¡acelera!, ¡no! ¿Por qué frenas?" El pobre venía aferrado del asiento.

Mi relación con mi padre incluyó lecturas, tragos, música, ópera, pintura. Hoy me pregunto si mi entusiasmo por la literatura y el arte tiene que ver con pasiones heredadas. Mi padre dedicó toda su vida a la investigación, a la escritura, a la transmisión del conocimiento y a la reflexión.

Ahora que vuelvo a la Ilíada, Odisea, Eneida y Divina Comedia, me doy cuenta que quizá esta pasión venga de haber visto a mi padre enamorado y seducido por los clásicos grecolatinos e italianos. Fue él quien me introdujo a este mundo de la literatura y el arte. Los primeros libros que me regaló de niña fueron de museos: El Prado, Florencia y la Galería Nacional de Londres.

En enero de 2000, mi padre me llevó a París, se encontraba presidiendo la Cátedra "Alfonso Reyes" en la Universidad de la Sorbona. Recuerdo esos días tan felices, la caminata por Le Champs Élyseés, los cafés, las creperías; la Plaza de la Concorde y su magnificente obelisco egipcio, la Tour Eiffel, el Louvre, el Sena, Nôtre Dame, la explicación de los vitrales y las gárgolas, l’Ile de la Cité; la imponente y maravillosa Montmartre.

El Louvre, la pirámide de cristal, el día gris y frío, la Victoria alada, Venus, las esculturas grecolatinas, los sarcófagos egipcios, las pinturas.

El recorrido de todo un día en el museo explicándome las obras más representativas del Renacimiento, Barroco, la pintura flamenca, los neoclásicos franceses, los impresionistas. La sencillez, la complejidad, los colores, los temas, la construcción del cuadro, las esculturas y su historia.

A 10 años de distancia me parece despertar de un suave letargo. Los homenajes no han cesado. Su voz sigue resonando. Su obra se está estudiando en universidades nacionales e internacionales. En la obra de mi padre siempre encuentro fascinación, enseñanza e historia.

En "Cuentos gnósticos" por ejemplo, percibimos el universo medieval, las catedrales referidas son parte de esa edad media que se fue forjando con el imaginario de ángeles y demonios, con la lucha del hombre y sus pasiones, sus miedos, su religiosidad, su locura.

En "Las llaves de Urgell" encontramos seres que se encuentran regidos por fuerzas superiores, seres divinos, observamos el sufrimiento del hombre al enfrentar su destino, el amor, los recuerdos, la pesadez y soledad humana.

En "El alba y otros cuentos" nos encontramos en el mundo real, el de la vida cotidiana, de las luchas y sentimientos humanos. "Operativo en el Trópico" nos traslada a la selva, al sonido de la lluvia, al olor a tierra mojada, a una lucha por la sobrevivencia; es un canto al hombre y a la guerrilla.

En sus ensayos encontramos la historia de nuestro país, sus movimientos sociales, la guerrilla. Sus traducciones son muy valiosas encontramos a: Safo, Carmina Burana, Pessoa, Lêdo Ivo y Walt Whitman.

Su voz quedó grabada en sus discos: El último romántico, Canciones napolitanas e italianas, María Grever, Concierto Mexicano y Zarzuela y cantos de España.

A una década de ausencia, la voz de Carlos Montemayor queda resonando en su obra. Su espíritu nos insta a buscar, a luchar por un mundo mejor, de justicia donde reine la libertad. Sus palabras son puertas que se abren, que cantan al hombre, al ser, a la vida y que permanecen en nuestra memoria.

Colaboración de Victoria Montemayor para Revista Net

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