Las benditas redes sociales, tan generosas en compartir todo lo que nos pasa, han hecho posible lo impensable: la viralización de la indiferencia humana. A lo largo de los años, hemos visto cómo miles de casos de abuso, violencia y maltrato animal son divulgados con solo un par de clics. El último ejemplo de esta cruda realidad llegó desde Tabasco, donde un perrito llamado "Scooby Doo" se convirtió en una de las últimas víctimas, en este caso, de un atropello brutal. Y es que este caso nos confirma lo insensibles que nos hemos vuelto. Aunque, claro, si el sufrimiento se vuelve trending topic, al menos algo bueno puede salir de ello, ¿verdad?
El 19 de diciembre, en el municipio de Cárdenas, Scooby Doo fue arrollado por una camioneta de carga mientras intentaba cruzar la calle. Las imágenes del incidente muestran lo que, por un lado, es una escena desgarradora de un ser indefenso arrastrándose por la calle, pero por otro, también una evidencia de la indiferencia colectiva. A pesar de los aullidos de dolor del animal, los conductores no se dignaron ni a detenerse.
Ahora, como es costumbre en estos casos, las redes sociales han estallado en clamor de justicia. ¡Que no quede impune el atropello! Y, por supuesto, un par de hashtags y frases indignadas, más tarde todos seguimos nuestros días sin cuestionarnos qué hemos hecho realmente para evitar que esta historia se repita. Es irónico cómo nos conmueve el dolor ajeno cuando este es tan fácil de visualizar a través de una pantalla, pero nos resulta tan difícil detenernos, aunque sea por un segundo, para ayudar a un ser que claramente está sufriendo.
La justicia por Scooby Doo no debería ser una simple campaña digital. Debería ser un llamado a la acción real, un recordatorio incómodo de que cada uno de nosotros, en nuestra vida cotidiana, tiene la oportunidad de evitar el sufrimiento de los animales. Porque la indiferencia, aunque viral, sigue siendo solo eso: indiferencia, incluso quien graba el video, no se detiene ni un instante para tratar de ayudar a la víctima, se limita a seguir registrando en su celular la desgarradora escena, con el deseo, tal vez, de que se vuelva viral y hasta ahí.
En conclusión, nos encontramos atrapados en un círculo vicioso: un acto de maltrato es grabado, compartido, se pide justicia… y luego seguimos con nuestra vida, en espera de que otro caso de maltrato nos saque de nuestro letargo. En este espectáculo de indignación momentánea, ¿realmente hemos aprendido algo o solo nos hemos acostumbrado a ver el sufrimiento de los demás como un entretenimiento más? Como sociedad, tenemos la responsabilidad de cambiar el guion. La empatía no debería ser viral, sino un acto cotidiano. O, al menos, un acto de sensatez. Esa debería ser la idea…