Ciudad Juárez.- Javier Alejandro, de 14 años, parece un chico normal, del aspecto desgarbado propio de los adolescentes y semblante tímido, transforma su modesta mirada en cuanto se coloca el violín al hombro y comienza a interpretar Chaconne, de Johann Sebastian Bach.

Detrás de ese ya pulido talento existe una historia de incertidumbre, depresión y lucha, de la que pudo salir a crear nuevos sueños gracias a su familia así como al haber descubierto el gusto y habilidad para la música.

Nacido en 2004, Javier vivió sus primeros años como cualquier otro niño, pero al cumplir 3 todo empezó a cambiar, comenzaba a manifestarse una condición que ni él, por razones obvias, ni su madre podrían identificar hasta varios años después.

Síntomas como hacer ruidos ásperos o pequeños gritos, saltos, giros de la cabeza o hasta señales con las manos, todo espontáneo e involuntario, se empezaron a manifestar en él, lo que provocó burlas de sus compañeros de escuela y acoso escolar, sobre el que durante años ni los papás de los otros niños o los maestros hicieron algo.

Cambiarlo de plantel no ayudó, su autoestima andaba por los suelos, con ella sus calificaciones y para los 7 años tenía dudas existenciales, propias de una depresión adulta, se preguntaba “yo no sé por qué estoy en este mundo, si lo único que hago es sufrir (…) quisiera morirme y me mataría, pero lo único por lo que no lo hago es por que no me quiero ir al infierno”.

Cualquier madre se derrumbaría si escuchara a cualquiera de sus hijos hacer tales declaraciones, sobre todo tan pequeños, y a Karina González, mamá de Javier Alejandro, el mundo se le desmoronó.

Sin embargo, la situación crítica del niño la impulsó a buscar soluciones e investigar; finalmente después de consultas con psicólogos, terapeutas y hasta hipnólogos lo llevó, ya con 7 años, con una especialista en neurología, quien finalmente logró diagnosticarlo. Aunque inicialmente se describió el padecimiento como lapsos de ausencia, lo que ocasionaba los tics de Javier, finalmente salió a la luz el nombre de su mal: tenía Síndrome de Tourette.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Desórdenes Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés), el Síndrome de Tourette es un trastorno neurológico que se caracteriza por movimientos repetitivos e involuntarios así como la emisión de sonidos vocales, llamados tics.

Haberle puesto nombre a la condición de Javier ayudó, pero no mucho, se le recetaron múltiples medicamentos que tenían efectos secundarios difíciles pero, aún así, su familia continuó en la búsqueda por actividades que lo sacaran de la depresión, misma que, en ese entonces, hundía en videojuegos mientras que interactuaba con una mirada opaca, triste y vacía con sus seres queridos.

“He tenido una actitud negativa desde pequeño, pero no es más que un síntoma de mi enfermedad, porque no socializaba, pero mi condición me brindó un punto de vista diferente al de los demás”, comenta Javier.

Intentaron prácticamente todo: defensa personal, para que se cuidara del acoso escolar que sufría, pero no terminó por gustarle; fútbol y otros deportes, lo que acabó con la misma situación que en los salones de clases: miradas de desaprobación tanto de otros niños como de las madres de familia, e incluso ajedrez, que aunque empezó a gustarle, sufría también de burlas de los otros integrantes del club por su poca habilidad, debida sola y simplemente a la falta de práctica.

Karina explica que la situación era desconcertante, hubo algo de éxito cuando tomó clases particulares de matemáticas, lo que ayudó con sus calificaciones, pero un buen día, mientras navegaba en redes sociales, encontró información sobre cómo la música ayuda a estimular el cerebro de las personas y apenas se abrieron nuevas audiciones para incorporar la orquesta Esperanza Azteca, llevó a Javier a participar.

“Cuando al fin tuvo la primera clase de violín, nunca podré olvidar la mirada de alegría al recogerlo, ese brillo que había perdido hacía mucho tiempo, esa sensación de emoción e intriga de lo que estaba por aprender”, relata la mujer, que observaba la entrevista.

No era exactamente la primera experiencia con la música que el joven tuvo, había intentado participar en una banda de guerra pero ocurrió el mismo acoso que en otras actividades; sin embargo la orquesta fue un mundo de diferencia para él.

“Llegó el profe Orlando, me ha estado apoyando estos últimos años y se ha fijado en mi pasíon, esfuerzo y dedicación”, comenta emocionado.

La actitud de Javier cambió, sobre todo cuando se enteró, gracias al maestro, que había grandes y famosos compositores, como Wolfgang Amadeus Mozart, que también tuvieron Síndrome de Tourette.

Ahora este extraordinario chico considera que su padecimiento es un don, es algo que lo diferencia de los demás y que lo llevará muy lejos.

“Comencé a darme cuenta de los privilegios y beneficios que me había brindado mi condición, lo empecé a aceptar como parte de mí y ahora es en lo único que pienso”, dice, a la vez que señala que uno de sus grandes sueños es lograr ser reconocido mundialmente.

Así, Javier Alejandro, quien de niño pensaba en la posibilidad de terminar con su vida, tiene hoy importantes objetivos tanto en la música como en su otro gran gusto: la ciencia.

Compartió a RevistaNet que quiere encontrar alguna carrera profesional que lo lleve a trabajar en la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) y que también seguirá dedicándose a la música, donde, a tan solo un par de años de practicarla, ha logrado llegar a ocupar importantes posiciones dentro de la orquesta.

Aunque con una personalidad todavía algo distante en el salón de clases, es ahora más empático con sus padres, mucho más centrado y toca además el piano y la guitarra, aunque también el gustaría aprender del arpa y del saxofón.

Cabe mencionar que, a estas alturas, sus tics han disminuído y cuando toca algún instrumento prácticamente desaparecen.

Javier quiere decirle a otras personas que padezcan alguna discapacidad, neuronal o física, que con esfuerzo y dedicación todo se puede lograr, que cuentan con un privilegio que los llevará a lograr lo que quieren.

Karina, por su parte, pidió a las madres de familia a que pongan mucha atención a sus hijos, pues reconoció que al principio ella culpaba a los maestros por la mala experiencia académica que tenía Javier.

Pese al gran golpe que recibió la familia al momento del diagnóstico, no cejaron en esfuerzos por ayudarle a salir adelante y, finalmente, buscan que quede como moraleja de esta historia que la música hace maravillas por las personas, que no hay grandes obstáculos cuando se busca, a través de ella, ver la vida con otros ojos y encontrar así la felicidad.

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