Sabemos que literalmente, "utópico" significa "lo que no está en ningún lugar".
El término es conocido, desde que Tomás Moro, acuñó la palabra y publicó la obra “Utopía” en 1516, momento que marca el comienzo del capitalismo y de la expansión imperial europea.
Recordemos que Moro, era un católico devoto y humanista; sin embargo, su obra tenía el propósito de presentar una crítica mordaz, a las condiciones políticas de su tiempo y la proyección de una sociedad ideal, escenarios que retomó de -La república de Platón-, y de los relatos de exploradores del Nuevo Mundo.
En esta obra, el autor nos da a conocer temas que se convirtieron en principios fundamentales del pensamiento radical moderno, tales como la crítica a la propiedad privada y a las formas tiránicas de gobierno, así como la visión de que un orden social justo y equitativo, es la mejor garantía de bienestar para el mayor número de personas.
Sin embargo, muchos aspectos de la “Utopía” son perturbadores por la falta de contacto con otros pueblos, que es lo que le permite mantener ese orden perfecto.
O también, el hecho de que no puede aumentar el número de habitantes y si ese número se excede, hay que expulsar el sobrante.
Curiosamente para Moro, esta sociedad era casi perfecta en todos los sentidos, solo le faltaba un aspecto: la verdadera religión, ya que, como ferviente católico devoto, se manifestó a favor de la evangelización de los pueblos, de los mundos descubiertos.
De tal forma que el “Nuevo Mundo”, que concibieron los europeos, inevitablemente reflejaron la lógica del mundo que querían perfeccionar, fincado supuestamente en el progreso y desarrollo.
Se pensaba que los pueblos originarios merecían su “protección”, no por lo que eran, sino para garantizar que dejaran de serlo, con el único propósito de ser sirvientes del “rey” y sus almas redimidas en la religión y solo bajo estas condiciones se les reconocía su “humanidad”.
Que extrañas armonías y “reconocimientos” tuvieron los pueblos de aquella época, bajo la imposición del grillete y la religión, siempre con el costo de la violencia que finalmente condujo a la extinción de algunos pueblos.
Así que la sociedad calificada por Tomas Moro de "utópica", es un ideal donde todos podemos vivir felices; pero al mismo tiempo creyentes de la religión “perfecta”.
La obra de Moro, es el recuento de un viaje de un navegante, que afirma haber visto un Estado ideal, en una isla en algún lugar más allá del ecuador.
Moro discute con él: ¿Debe haber propiedad privada? ¿Es buena la igualdad social? ¿Puede una sociedad generar suficientes bienes si nadie ambiciona obtener ganancias? ¿Hay un jefe de Estado bueno y justo que no urda guerras por intereses personales ni exprima a sus súbditos?
Las preguntas muestran que la “Utopía” de Moro, es asombrosamente moderna. De hecho, muchas de las ideas son prematuramente socialistas, incluso comunistas, 300 años antes de Karl Marx. Y actualmente hay quien sigue discutiendo, si la propiedad privada es una suerte o una desgracia para la sociedad.
Recordemos, que no existe utopía en el orden de la evolución de la naturaleza; ya que es intervenida por la “razón intelectual” del ser humano.
Por lo que considerar la utopía, como la perfección de acuerdo a cómo lo evalúa la conciencia humana, es resultado de las decisiones realizadas.
Por otra parte, la credibilidad de la religión sólo es auténtica, cuando el ser humano asume su pasividad y se deja acceder por la espiritualidad divina, la cual proviene de reconocer la existencia de un “más allá” de lo que se conoce, en relación con el universo material que nos envuelve.
Sea cual sea la religión que se practique, el influjo de la deidad, debe mostrar una intuición de fe en su existencia; además de una intuición de confianza en su ayuda.
Curiosamente en la época moderna, donde prevalece el caos y el fanatismo en muchos países, “la fe” es la única esperanza que conforta, para pretender la paz entre las naciones, la justicia social, la concordia en las familias, la protección del débil, el respeto a la diversidad, el perdón al enemigo, la tolerancia y otros valores más.
Recordemos que la fe y la confianza, derivadas de la relación con una deidad, constituyen el verdadero componente de la utopía en la religión, ya que, para lograr las aspiraciones de la perfección, todo se deja en la omnipotencia y voluntad del creador, algo que, al creyente se le hace prácticamente imposible de lograr.
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