Editorial
Foto: Net Noticias

La tortura es un crimen. No hay duda de ello. Hay que condenarla en cualquier situación en que se dé. El causar dolor físico o psicológico a una persona para conseguir un fin, no se justifica bajo ninguna circunstancia. Sin importar lo “bueno” o descabellado que puedan ser los fines.

El simple hecho de pretender resolver algunos crímenes e hipotéticamente atrapar a los culpables, no justifica la comisión de otros como la tortura, que tuerce el sendero de la justicia y mancha indeleblemente cualquier investigación.

Ciertamente que después de los atentados de las Torres Gemelas en Nueva York cambió mucho la percepción de la tortura en el mundo. Se ha pretendido atenuar el horror de la tortura, apelando a una base social que aspira al pragmatismo pensando que “de los males el menor”.

En nuestro país, la tortura ha sido un instrumento permanente de “investigación” en manos de malos o pésimos agentes, para fabricar chivos expiatorios, para torcer el rumbo de las investigaciones o de plano, para desaparecer pruebas.

Este fin de semana recorrió las redes un video mostrando la cara más dura y cruel de la tortura, en contra de un detenido implicado al parecer en los hechos en que desaparecieron 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.

Cuando el video, trascendió todavía los criminales torturadores se encontraban en las altas esferas policiacas del estado de Michoacán, y nos preguntamos: cuántos torturadores más continuarán en las mismas cometiendo sus crímenes impunemente.

Lo peor del caso es que estos delitos se cometieron hace cinco años y en múltiples ocasiones fueron señalados por investigadores de la ONU, sin embargo las autoridades mexicanas tuvieron oídos sordos y nada se hizo para aclararlos.

Ahora con la publicación del video, sale a la luz pública la realidad más aterradora y nauseabunda de los sótanos de la procuración de justicia en nuestro país.

Se impone la necesidad de ordenar una profunda investigación y que todos los implicados de estos hechos sean desenmascarados y sancionados por la comisión de estos delitos.

Porque para nadie es un secreto que aparte de los que ya renunciaron a sus puestos son los únicos culpables. Con toda seguridad hay muchos más entre las sombras que deben ser sacados a la luz para que paguen sus excesos.

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