A 10 días de que comiencen oficialmente los Juegos Olímpicos de París 2024, antes de la pelea por el Río Sena, o por los inmigrantes que ocupan las calles de la ciudad de la luz, estuvo presente un conflicto de estado para los Juegos Olímpicos de Sídney, mismos en los que el país organizador le hizo “el feo” a su entonces reina Isabel II en un pleito político, mediático y deportivo.

El conflicto era más que visible desde marzo de 1996, casi medio año antes de que la ciudad de Atlanta encendiera su propia llama Olímpica en vísperas del nuevo milenio. Lo anterior pues los partidos liberales australianos iban encaminados a promover el referéndum de 1999, mismo que le preguntaría a los ciudadanos si su país debería o no convertirse en una república independiente de la corona británica.

John Coates, entonces presidente del Comité Olímpico Australiano fue el primero en señalar que la reina debía de estar presente en la ceremonia de apertura, tal y como lo marcan las leyes de los cinco anillos, estas señalan que cada uno de las magnas justas “debe ser aperturada por el jefe de estado del país anfitrión”. No obstante, a ojos de los políticos liberales, su presencia dejaría a Australia en el papel de “una colonia”, no de una futura república.

Dos años más tarde, para 1998, la fallecida monarca (Que tenía 76 años) se limitó a decir que no viajaría Sídney para la apertura, la responsabilidad de viajar hasta la tierra de los canguros sería para el hoy rey Carlos III. Cosa que tampoco le pareció a la política del país, obligando a otra reunión de emergencia en abril.

Fue entonces cuando le Comité Olímpico Internacional (COI) tomó cartas en el asunto y pidió asesoría de quien había sido nombrado como “Ministro de los Juegos” Michael Knight. Este sugirió y sometió a votación la participación del entonces primer ministro John Howard como el político designado para inaugurar la competencia. Cosa que el COI y el resto de las partes involucradas aceptaron.

Sin embargo, con el referéndum a la vuelta de la esquina, era tal la tensión que el Comité de los anillos tuvo que incluir un apartado especial para cualquier eventualidad que pudiera existir a cause del movimiento separatista:

“En caso de que Australia como país anfitrión se convierta en una república soberana, los Juegos Olímpicos deberán quedar inaugurados en la fecha estipulada por nadie más que el presiente electo del nuevo estado”, explicaba el español Juan Antonio Samaranch, entonces presidente del COI.

La novela sobre el arranque de los juegos vio su fin en noviembre de 1999 cuando se publicaron los resultados del referéndum. Ganaba el “No”, Australia seguía siendo parte de la corona y John Howard decidió cederle el honor al represéntate de la monarquía en Australia William Deane para evitar dar cualquier mensaje político separatista.

“Fue un evento invaluable para Australia, nos mostró como lo mejor del mundo. No solamente fue vanguardista en su organización, pero también fueron unos juegos muy amigables, desde la gente que vivía en la ciudad hasta los voluntarios que participaron en la logística”, dijo Howard en una entrevista retrospectiva de 2010.

La Reina Isabel no hizo acto de presencia en la ceremonia de encendido de la llama, tampoco lo hizo ningún otro miembro de la familia real. Quien fuera monarca hasta su muerte en 2022 si tomó el escenario en la justa de Londres 2012.

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