Hace unos días se hizo viral la noticia de una joven argentina de 22 años que decidió someterse a la cirugía de ligadura de trompas con el fin de renunciar a tener hijos en el futuro, sus razones son variadas, cito a continuación las siguientes:

“¿Traer una persona a este mundo así como está, a formar parte de esta sociedad, con esta escases de recursos? ¿Vivir con miedo de que le pase algo si es mujer y con miedo de que haga algo si es varón? ¿Tener un hijo para dejar un legado? ¿Qué legado?”

Más allá de las consideraciones vertidas por esta joven, debo manifestar que siempre he estado a favor de la libertad personal, así como expresado mi rechazo a todo tipo de restricción por parte del Estado que tengan como objetivo la prohibición de decidir sobre tu propio cuerpo o decisiones que estén relacionadas con el libre desarrollo de la personalidad, ya que debe ser el individuo el protagonista principal de dirigir su vida a las metas que él considere pertinentes.

Ahora bien, he observado desde hace unos años la decisión de muchas mujeres de prescindir de la opción de ser madres, y menciono “opción”, porque en última instancia es una decisión que pertenece exclusivamente a las mujeres de llevar a cabo la maternidad que desean; dejemos a un lado el polémico tema del aborto, y enfoquémonos a la decisión a priori de de ser madre.

No pongo en tela de juicio la decisión genuina de muchas mujeres con criterio propio y que han decidido deliberadamente renunciar a tener hijos, con el fin de garantizarse una mejor calidad de vida, eso no está en discusión, lo que a este columnista le parece falto se sentido común y de razones inteligentes, es el argumento que se maneja actualmente acerca de que “sería lo mejor” en virtud de las circunstancias actuales del mundo y de la sociedad.

Es decir, bajo este orden de ideas, según aquellas personas que han optado por no tener hijo alguno, lo hacen bajo la razón de que sería mejor para el mundo, que la humanidad no representa, como lo Nietzsche en su tiempo, progreso o sentido moral alguno, y que es mejor “cooperar” de cierta manera con dicha causa, es decir, delimitando a los seres humanos que habitamos en esta tierra.

Este representa una gran falacia, en primer lugar por no sustentarse bajo razones sólidas que concatenen que el hecho de no tener descendencia alguna irremediablemente va hacer de este mundo un mejor lugar para vivir; enumeran ciertos problemas sociales que agravarían la situación actual, como la contaminación, las guerras, la violencia de género, la pobreza entre otros fenómenos.

No toman en cuenta que más allá de todos los problemas sociales que nos aquejan, hoy como humanidad se ha progresado demasiado al respecto, la reducción de la pobreza en los últimos 200 años gracias al desarrollo del libre mercado, así como cada vez la expedición de legislaciones que tienden a proteger el medio ambiente y a grupos vulnerables dentro de la sociedad como lo son las mujeres.

Ignoran que en una población de 7 mil millones de habitantes, difícilmente su “contribución” es una nada en comparación con los 300 mil nacimientos diarios que hay en el mundo. Creo yo que esta decisión, originada en el ímpetu de una generación mal leída y cada vez más ignorante en razón al uso exagerado de la tecnología (Sartori lo describió en su momento en Homo videns y Bradbury en su novela Fahrenheit 451, sobre la necesidad de sentirse inteligente), y confortada en una serie de benefactores de consumo que no se tenían hace más de 50 años.

Ha desatado en su seno una necesidad extrínseca de sentirse “anti establishment”, y qué mejor, poner en duda “la maternidad forzada” como lo manejan ciertos “pseudoactivistas”, lo que se ha llamado, que no estoy de acuerdo en lo personal con dicha denominación, como el pensamiento millennial.

El espacio corto y el tiempo es contra reloj; consideraría a riesgo de lo que opinen las lectoras de esta columna y que no estén de acuerdo en estos puntos, que más allá de hacer una bien, hacen un mal, el traer un hijo a este mundo no significa en un sentido sufrimiento y calamidad para él y para los demás.

El mundo seguirá siendo difícil para vivir en él, independientemente de las decisiones que tomemos, al contrario, evitar traer un hijo a este mundo, hace a un lado la oportunidad de educar a una persona con los más altos valores de la humanidad, el amor a la naturaleza, el respeto a los demás, el inculcarle que es su deber seguir luchando por derechos de índole social y civil que hacen de este mundo mejor.

No, el evitar traer hijos no es ninguna contribución a este mundo, es no aprovechar la oportunidad para que cuando ya no estemos físicamente en él, que alguien continúe con un pensamiento humanista, que siembre un árbol, que proteja a los animales, que haga algo digno de escribirse, o escriba algo digno de leerse.

Reitero, este pensamiento no va en contra de aquellas mujeres que genuinamente y con razones claras en el interior de su ser han decidido de manera libre llevar a cabo un proyecto de vida sin llegar a ser madres, para nada, es contra las razones absurdas y falaces de aquella féminas que no trayendo descendencia a este mundo, este será un mejor lugar para vivir, so pretexto que menos crecimiento demográfico es inevitablemente la única solución.

Ahora bien, esta decisión corresponde exclusivamente a las mujeres en cuestión, pero si se toma una decisión de este calado, es preciso analizar con racionalidad e inteligencia y no dejarse llevar por las corrientes del momento que se sustentan en tesis falsas de un supuesto “anti establishment”.

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