Rosalinda Guadalajara; una líder Rarámuri en Ciudad Juárez
Foto: Net Noticias | Fotografía: Yvoné Vidaña / Gráfico: Náyade Cruz

Ciudad Juárez.– En el corazón de la sierra chihuahuense se encuentra el poblado de Tehuerichi, municipio de Carichí, y en la inmensidad de sus montañas fue donde Rosalinda Guadalajara llegó al mundo, al interior de una familia conformada por sus padres y seis hermanos, tres mujeres y tres hombres. Creo que ese paisaje de escarpados muros e infinitas vistas fue lo que le dio a Rosalinda la grandeza de espíritu, que comparte con los integrantes de su etnia: los rarámuris.

“Cuando tenía 7 años, mi familia vino a Juárez en busca de trabajo, en ese entonces mi comunidad estaba conformada por unas 200 familias; en la sierra siempre hay sequías y hambruna, por lo que la migración a la ciudad es constante, pero todos siempre queremos volver. Algunos lo hacen frecuentemente, en temporada de cosecha, pero los viejos, cuando sienten la muerte cerca, desean estar allá. Todos soñamos con regresar”.

“Cuando llegué a Juárez, los cambios que viví fueron muchos, en verdad sufrí, porque crecí en la sierra, con actividad: mi día empezaba caminando, cuidando a las chivas entre las montañas. Recuerdo que en tiempo de lluvia miraba al cielo y si veía que se acercaba una gran tormenta, buscaba refugio junto con las chivas en las cuevas y así nos protegíamos de lobos y coyotes además de la lluvia. A veces se nos hacía de noche y ya oscuro podía volver a mi casa, siguiendo a las chivas, ellas conocían bien el camino de regreso”.

“Cuando llegué a esta ciudad me sentí muy triste, el idioma y la cultura eran muy diferentes, no sabía ni cómo pedir agua, en casa solo me enseñaron dos palabras: kórima (que, aunque muchas personas creen que significa limosna, eso está muy alejado de la realidad, ya que el concepto va más allá, implica compartir, ayudar) y caridad. Pronto empecé a aprender a hablar español, no sé cómo lo hice, pero aprendí lo básico, entonces busqué quién me enseñara a hablarlo bien, realmente quería hacerlo”.

La estancia de Rosalinda en Juárez, al principio no era permanente, no pasaba ni un año, cuando volvía a su comunidad con algún familiar que hiciera el viaje, hasta que su familia la mandaba buscar, así fue un ir y venir, hasta que, cuando cumplió 10 años, su mamá le pidió que se quedara, se sentía sola y necesitaba ayuda con el cuidado de sus hermanas, así que no tuvo más remedio que asentarse en esta ciudad.

“Aprendí a andar sola en la calle y únicamente hablaba con personas de la tercera edad, ellos me daban confianza. Así fue como conocí a una maestra jubilada con la que platicaba y me daba de comer. Junto con las charlas, me empezó a dar clases de español y de cómo comportarme, a usar palabras como ‘por favor’ o decir ‘mande usted’ en lugar de ‘¿qué?’, a comer con la boca cerrada, usar cubiertos, me decía: ‘tienes que aprender, porque tienes que ser más fina que ellos y así, cuando te digan ‘mugrosa’, les puedas contestar: ‘si yo me baño se me quita la mugre, pero por más que tú te laves, tu alma no se va a limpiar’, y ‘nunca te enojes, haz las cosas con educación’ ”.

Esa maestra le enseñó también a leer y escribir, con ello, sintió que ya podía defenderse de lo que se le presentara, eran las herramientas que necesitaba para crecer.

A los 14 años empezó a ocuparse en trabajos como traductora e intérprete en hospitales, haciendo “acompañamiento” a personas rarámuri que no sabían hablar español en sus trámites y necesidades.

“Estaba por cumplir 16 años cuando me juntaron con mi pareja y tuve mi primer hijo, ahora tengo cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres. Al principio mi esposo era estricto conmigo, no me apoyaba en mis labores fuera de la casa y me tranquilicé, pero cuando un tiempo después, gracias a mi dominio del español, me invitaron a ser Promotora Comunitaria; y aunque al principio él no quería, terminó por aceptar. Me mandaron a capacitaciones y talleres, aprendí a inyectar y a tomar la presión y todo esto se volvió cada vez más demandante, pero aprendí muchas cosas”.

Una líder comunitaria

“Años después, me propusieron como autoridad tradicional de la comunidad (lo que nosotros llamamos gobernadora, dentro de lo que antes se le conocía como Usos y Costumbres y hoy se llama Normatividad Interna). Yo no me sentía preparada, así que lo consulté con mi papá, ya que él fue autoridad también y me explicó que el trabajo consistía en escuchar a la gente, pedir sus opiniones, consultar a otros antes de tomar decisiones en la comunidad y acepté. Mi papá murió en 2011, me dejó muchos consejos, sobre todo ser imparcial y no mezclar lo personal con los asuntos de la comunidad”.

Rosalinda Guadalajara fue la primera mujer electa como autoridad tradicional en la comunidad: “¡Claro que al principio hubo resistencia! Pero me gané el respeto de los hombres, me apoyé mucho en ellos, me involucré en el trabajo comunitario. Me convertí en la conexión con los chabochi (palabra con que se refieren a los mestizos, que significa ‘los que tienen barbas’ y hace referencia, de acuerdo con la tradición rarámuri, a los ‘hijos de la oscuridad’ o del diablo), soy el enlace externo, le dejé a los hombres el trabajo de sancionar, así fue como decidí dividir el trabajo y me funcionó”.

“Fui autoridad tradicional en la comunidad durante siete años, es mucho trabajo y es un encargo honorario, es decir, no nos pagan por hacer esa labor. En este tiempo logré visibilizar y dar a conocer las dos colonias rarámuris que hay en Juárez y a las otras comunidades, que en ese entonces eran la wixárica, la mixteca, la mazahua, la purépecha y la otomí. En 2016 se sumaron la chinanteca, la náhuatl, la popoluca, la ndé y la zapoteca”.

Después de que dejó el cargo, otras tres mujeres más han sido electas para el mismo, Rosalinda abrió la puerta para este cambio en su comunidad.

“En ese entonces las autoridades municipales convocaron a una reunión con todas las etnias, para unirnos, pero hubo muchos pleitos por los puestos y al final minimizaron al grupo originario, que somos nosotros. No recibimos el apoyo que se requería como pueblo local”.

Combatir el rezago

“En nuestra comunidad solo hay dos jóvenes universitarios, los niños apenas terminan la primaria, a lo más la secundaria, se niegan a seguir adelante porque se sienten discriminados, sufren el rechazo y la barrera idiomática, los maestros no hacen el suficiente esfuerzo por integrarlos, incluso se burlan por su mal manejo del idioma español, en lugar de ayudarles a dominarlo”.

“Para combatir esto, buscamos elevar la autoestima de nuestros niños y jóvenes, trabajamos en motivarlos a seguir estudiando y los pocos que continúan, lo hacen en escuelas privadas, que nos han abierto sus puertas con respeto a nuestra lengua y costumbres, como son las escuelas Maristas. Aquí en Juárez asisten al Centro de Bachillerato Agustín Pro Montesinos, ahí la comunidad educativa nos acepta y anima a ir más allá en los estudios”.

“Cuando fui autoridad logré que las mujeres tuvieran más participación en las decisiones comunitarias, siempre he creído que el machismo se nos contagió de convivir con los chabochi, tradicionalmente las mujeres rarámuri aconsejan a los hombres, las ancianas eran las más escuchadas por su sabiduría, esto es algo que se ha ido debilitando con nuestra cercanía a la ciudad y es algo que debemos rescatar”.

En 2016, al terminar con su cargo dentro de la comunidad, le ofrecieron ser servidora pública. “Yo pensé: no tengo carrera, no conozco el trabajo de oficina, así que pregunté si el trabajo que me ofrecían era para la limpieza y me contestaron que no, que querían que fuera el enlace con las comunidades indígenas. Así fue como comencé reuniendo a las primeras seis colonias de las que hablé antes, invité a los representantes a organizar el primer Festival Umuki (mujeres, en rarámuri)”, un evento de carácter cultural cuyo objetivo es fortalecer el trabajo de la mujer en la artesanía, el tejido y el bordado, así como la prevención de la violencia económica y patrimonial entre las mujeres de las etnias, proyecto que sigue vigente y va por su onceava edición este año.

“No me gustan las barreras, lo mío es dialogar y negociar, así que he seguido fungiendo como traductora e intérprete en la canalización y acompañamiento de problemas de mi comunidad”.

“Mis hijos no han seguido mi camino, dicen que no me pagan, que no me agradecen por lo que hago, pero yo les contesto que cuando logras algo, se siente muy bonito y esa es mi paga, pero no los convenzo” y sonríe con timidez.

“Hace poco volvieron a elegirme autoridad, pero cedí el cargo a otra compañera, porque ahora tengo muchas obligaciones, viajo dando charlas, imparto talleres de mi lengua y mis costumbres, con ello defiendo mi lengua materna y mis tradiciones, sobre todo la culinaria. Gracias a Luis Bautista (artesano y promotor cultural de la comunidad wixárica, fallecido hace un par de años), inicié una relación con la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, participando en mini festivales en el Centro Cultural de las Fronteras, donde hoy imparto mis talleres”.


"Quiero volver a mi tierra, a Tehuerichi… se necesitan mujeres preocupadas por su comunidad"


Cuando hablamos del futuro, Rosalinda es firme, sabe bien lo que desea: “quiero volver a mi tierra, a Tehuerichi, hoy en día allá viven entre 500 y mil familias, se necesitan mujeres preocupadas por su comunidad, la iglesia local me ha invitado a ser consejera y me pregunto, si aquí trabajo con el Municipio ¿por qué allá no puedo hacer lo mismo? Ya lo he hablado con mi esposo, tenemos muy buena comunicación y me apoya. Le digo que de mi comunidad a la cabecera municipal, son cuatro horas de carretera, así que, si nos vamos para allá, él podría hacer trabajos de transporte”.

“Aunque estamos en la frontera, tenemos nuestra cultura y la lucha es defenderla, yo le pido a los funcionarios empatía, si llegamos a ellos es porque los necesitamos y merecemos recibir la atención necesaria para nuestro bien, si se trata de ayudar todo se puede, ante las trabas nos tardamos un poco más, pero de que se puede, se puede, ¡Claro que se puede!”.

Y al afirmarlo nace una enorme y hermosa sonrisa, es una mujer tímida, de convicciones firmes y de gran arraigo, hablar con ella fue como conectar con esa raíz que todos tenemos afianzada en algún rincón de esta tierra y que nos recuerda quienes somos y las luchas que debemos presentar para seguir siendo nosotros mismos, preservar nuestra esencia, así como Rosalinda Guadalajara, que ha aprendido a moverse dentro de un mundo diferente, para rescatar el propio: su alma.

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