El fraude telefónico
Foto: Archivo

Parece que el 2025 ha comenzado con una llamada muy peculiar: el fraude telefónico continúa siendo el protagonista de nuestras vidas, sin que nadie lo haya invitado.

Según los últimos datos de la Fiscalía General del Estado, en los dos primeros meses de este año, el fraude telefónico ha dejado su huella en 80 casos denunciados, un número que, aunque parece bajo comparado con otros crímenes, sigue siendo una cantidad lo suficientemente llamativa como para que dejemos de responder el teléfono con tanta confianza, sin dejar de lado que, faltan seguramente muchos otros casos que están dentro de la cifra negra, que nunca conoceremos.

Y es que, ¿quién podría resistirse a la tentación de responder esa llamada con el prefijo desconocido? "¡Tal vez es la llamada de trabajo que tanto espero!", pensamos ingenuamente. "O tal vez es ese amigo que no he visto en años…". Y, sin embargo, no es nada de eso. Lo que ocurre del otro lado de la línea es algo mucho más siniestro: una voz amigable que te promete descuentos, premios, o incluso un préstamo personal sin intereses (¿acaso no es tentador?). En la confusión soltamos información sumamente sensible, y antes de darnos cuenta, ya caído en la trampa.

Y, claro, no es sólo el fraude telefónico lo que debe preocuparnos, sino la triste realidad de que, según los informes, esta práctica está ganando terreno entre otros delitos de mayor visibilidad, como los ilícitos contra la intimidad, que, sorprendentemente, son mucho menos populares. De alguna manera, perder nuestra información financiera o personal por una llamada "amable" de un desconocido parece ser mucho menos grave que perder la privacidad en el ciberespacio, donde las filtraciones de datos son cosa de todos los días.

A decir verdad, lo más curioso de este panorama es el contraste entre las cifras: si bien los fraudes telefónicos y el robo de información continúan siendo recurrentes, las extorsiones telefónicas y los fraudes con tarjetas de crédito apenas parecen ser noticia. Con 11 y cuatro denuncias respectivamente en nuestra entidad, parece que esos delitos han caído en desuso, como si el delincuente promedio estuviera abriendo un centro de llamadas para hacer más eficiente su actividad. Algo así como un call center criminal donde todo está automatizado… menos la moral.

Los datos no mienten: durante el primer bimestre de este año, hubo una disminución en la cifra total de delitos, que pasó de 300 a 265. ¿El mundo está mejorando? ¡Por supuesto que no! Lo que sucede es que hemos aprendido a convivir con la delincuencia telefónica como si fuera una molestia inevitable, una especie de ruido de fondo en nuestra vida diaria. Al igual que esos anuncios invasivos que interrumpen nuestros vídeos en línea, el fraude telefónico ha logrado encontrar un espacio cómodo en nuestra existencia, también esta quien prefiere no denunciar, al considerar que no pasará nada, y solo va a perder su tiempo.

Pero lo más intrigante de todo esto no es ni siquiera la magnitud de los delitos, sino la forma en que la sociedad ha respondido. En lugar de reaccionar con indignación ante estos fraudes, hemos aprendido a vivir con ellos, como si de alguna manera el "tener cuidado con el teléfono" fuera parte de nuestra rutina. Nos hemos convertido en los nuevos campeones del "bueno, tal vez esta vez no me estafen", mientras revisamos nuestras cuentas bancarias cada vez con un poco más de desconfianza.

Quizás, en lugar de solo contar con las denuncias de las víctimas, deberíamos empezar a preguntarnos por qué no estamos haciendo más por prevenir estos fraudes. Porque, claro, siempre será más fácil culpar al incauto que responde a una llamada que cuestionarse si, tal vez, los sistemas de protección son tan eficaces o si simplemente no existen.

En conclusión, si el fraude telefónico sigue siendo uno de los "delitos más populares", tal vez sea hora de revisar nuestras prioridades. No se trata solo de denunciar, sino de entender cómo hemos dejado que este tipo de estafas se filtren tan fácilmente en nuestra vida diaria. Así que, la próxima vez que el teléfono suene con un número desconocido, respire hondo, y mejor no responda. Total, ya sabemos que el único "premio" seguro es el de la decepción, y esa no es la idea…

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