Los atentados del 11 de septiembre de 2001 quedaron en la historia como los más terroríficos del mundo y cambiaron la forma de operar de muchos sectores, incluido el de la aviación. Previo a esa fecha, volar era más simple y más rápido, ya que los controles de seguridad eran muy sencillos.
Quienes volaron antes del 2001, recoradarán que era posible llegar al aeropuerto 20 minutos antes de un vuelo doméstico en Estados Unidos y dirigirse directamente a la puerta de embarque. Incluso, era viable que un familiar pasara por el control de seguridad para despedirse del viajero en la sala de abordar, y era posible llevar objetos punzantes o cortantes y líquidos hasta en el equipaje de mano.
Para quienes no viajaron previo a esa fecha o para las generaciones más jóvenes, suena a algo irreal que subir a un avión fuera tan sencillo. Actualmente, es necesario estar al menos dos horas antes en el aeropuerto si no quieres perder tu vuelo, tanto en Estados Unidos como en cualquier parte del mundo.
En 2001, Sean O’Keefe trabajaba como subdirector de la Oficina de Administración y Presupuesto en el gobierno de George W. Bush. En una entrevista, el ahora profesor de la Universidad de Siracusa y expresidente de la empresa aeroespacial y de defensa Airbus contó cómo fue su experiencia de gestión en aquel fatídico 11 de septiembre.
“En la Casa Blanca, fui miembro del equipo de seguridad del Consejo Nacional”, expresó. O’Keefe y sus colegas tenían información acerca del grupo terrorista Al-Qaeda y estaban al tanto de que representaba una amenaza, pero “al mismo tiempo su imaginación no les permitía pensar que algo como el 11 de septiembre podría ocurrir”.
Existía un antecedente, pero muy lejano. Habían pasado casi tres décadas desde los atentados terroristas palestinos en el aeropuerto de Roma en 1973, donde murieron 34 personas y quedó demostrado que el transporte aéreo era vulnerable al terrorismo internacional.
Cuando aquel 11 de septiembre un grupo de más de 10 terroristas logró tomar cuatro aviones y secuestrarlos, para luego acabar con la vida de casi 3 mil personas en Nueva York, quedó demostrado que ni Estados Unidos no estaba exento de este tipo de ataques, que eran comunes en otras regiones del planeta.
Inicialmente, O’Keefe y su equipo de trabajo pensaron que se trataba de un asunto para la Administración Federal de Aviación y el Departamento de Transporte. Pero cuando el segundo avión se estrelló en la Torre Sur, entendieron que se trataba de algo más que un accidente.
Luego del ataque, se aprobó en noviembre de ese mismo 2001 la Ley de Seguridad de la Aviación y el Transporte, que se discutió rápidamente y que tuvo la aprobación por parte de todos los miembros del Poder Legislativo.
Como parte de esta nueva norma, se creó la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA, por sus siglas en inglés), que pasó a ser una agencia del Departamento de Seguridad Nacional. En poco tiempo, ya no se admitieron a bordo instrumentos que podían ser armas potenciales, tales como cuchillas de afeitar, tijeras y agujas de tejer, y los trabajadores de los aeropuertos estaban mejor formados para detectar armas o explosivos.
También se hizo obligatorio pasar todas las maletas que se documentan por los rayos X, algo que antes del 2001 era una revisión aleatoria, lo que alargó las filas para poder subir al avión.
Con esto también llegaron los escáneres, los detectores de armas y subieron los precios para abordar el equipaje. Se prohibió también a cualquier persona que no viaje acceder a la sala de espera.
Aunado a esto, las puertas de cabina de los pilotos fueron blindadas para evitar que cualquiera pueda acceder.
Más adelante, tras un fallido intento de detonar explosivos en múltiples vuelos trasatlánticos, se agregaron las prohibiciones actuales sobre líquidos, geles y aerosoles en el equipaje de mano. Pasó un tiempo antes de que se relajaran estas medidas y se permitiera llevar líquidos en cantidades menores a 100 mililitros.
¿Y tú, recuerdas cómo era volar antes del 11 de septiembre?