“No soy florero de nadie y no estoy de adorno” acaba de decir el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador. Estoy seguro que en México nadie lo piensa así, pero después de esta declaración me quedo con la idea de que él sí considera que en la sociedad mexicana hay quienes lo ven de esa manera.

En la medida que pasan los días queda claro, se acumulan evidencias, que la decisión de López Obrador de clausurar la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México tiene enormes costos para el país, para su gobierno y para él.

Lo que ahora está pasando, a consecuencia de esa decisión, era obvio y diversos analistas políticos, económicos y financieros lo advirtieron. En el equipo del candidato electo más de uno sabía que se iban a provocar esos efectos. Tenían buena información de fuentes nacionales e internacionales.

López Obrador, como futuro presidente de un país de las dimensiones de México, sabía el costo que implicaba su decisión y a pesar de eso la tomó. ¿Por qué?

Para el presidente que asume el gobierno a partir del 1 de diciembre suspender la construcción del nuevo aeropuerto tenía una enorme carga simbólica a nivel político. Nada tiene que ver con decisiones de carácter técnico o financiero.

Vio que ordenar el cierre de las obras era una muestra contundente y palpable de poder. El tamaño del costo está asociado a esa decisión. Así dice a todos, a la comunidad nacional e internacional, que él manda y lo hace a cualquier costo.

Y con eso anuncia que nadie lo puede ver como “florero” y que nadie tampoco nunca lo debe considerar como un “adorno”. Él es el poder, él es quien manda.

De esa manera afirma también que en el ejercicio del poder, tal como lo entiende, está dispuesto a todo. No importan los miles de millones de dólares que se va a perder con la suspensión del aeropuerto, no importa la imagen de México e incluso la suya.

Con el cierre del nuevo aeropuerto quiere dejar en claro, desde antes de asumir el cargo, por eso la decisión la toma ahora, que él manda. Nadie debe ponerlo en duda. Quiere también, es otro de sus propósitos, atemorizar a sectores de la sociedad sobre todo a los empresarios.

Yo mando, les dice. Ustedes hombres de negocios pueden hacer dinero, pero les debe quedar claro que siempre sujeto al poder político. Y el poder político soy yo, les dice. Yo soy quien decide qué obras se hacen, cómo se hacen y a quién se las doy. A cambio exige la incondicionalidad a su mandato.

Y advierte a todos que si alguien se atreve oponerse a sus decisiones se verá con sus simpatizantes que lo idolatran y suman millones. Hay muchas formas en que los suyos se pueden manifestar. Él las decide. Ahora fue un pacífico remedo de consulta, pero mañana puede ser una gigantesca manifestación o toma de tierras y de fábricas. Eso ya se verá.

Rubén Aguilar Valenzuela

Twitter: @RubenAguilar

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