En los años de la liturgia de la presidencia imperial del PRI, el mandatario, el día del informe, de Palacio Nacional al Congreso de la Unión se trasladaba en un carro descubierto.

En el recorrido saludaba, a uno y otro lado, a las personas acarreadas que habían sido colocadas en las calles del trayecto, para hacer valla al presidente.

Las avenidas de la Ciudad de México se llenaban de pendones y mantas con la imagen del presidente, que siempre se le presentaba sonriendo.

Esta liturgia se establece a mediados del siglo pasado y se mantuvo hasta final del mismo. Después de 50 años, la liturgia cayó en desuso con la llegada del gobierno de la alternancia en el año 2000.

En las décadas que se mantuvo a esta celebración se le llamó el Día del Presidente, que coincidía con la fecha del informe presidencial.

El mandatario era el centro de la atención de todo el país y la televisión transmitía no solo el informe sino también el recorrido y las jubilosas manifestaciones de las personas en las vallas.

Los comentaristas en la televisión solo hablaban de los logros extraordinarios obtenidos por el presidente en ese año de gobierno.

Ya en el Congreso de la Unión, frente a los numerosos invitados que eran parte del ceremonial, senadores y diputados aplaudían de pie todo lo que decía el presidente.

En 2007, ya sin el traslado en carro descubierto, Felipe Calderón (2006-2012) fue el último presidente en hablar ante el Congreso de la Unión el día del informe.

Fue un acto simbólico de solo minuto y medio que se pudo realizar gracias a un acuerdo entre las bancadas del PAN y del PRD.

A partir de entonces él mismo, Peña Nieto y hasta ahora López Obrador han enviado el informe al Congreso de la Unión y lo han leído en otro sitio.

Es ahí donde los presidentes, en ambiente controlado, reciben aplausos y reconocimientos, pero ya sin la transmisión en cadena nacional de todas las televisoras y radios.

La marcha a la que cita López Obrador el próximo domingo 27 de noviembre, a propósito de su cuarto informe de gobierno, es el restablecimiento de la liturgia del Día del Presidente.

Los acarreados, como antes, ya no harán vallas sino caminarán junto con el presidente celebrando sus éxitos. A lo largo de la caminata solo oirá elogios y porras de los suyos.

Será, como el antiguo Día del Presidente, con sus diversas ceremonias, un evento más del culto a la personalidad orquestado por el propio mandatario.

López Obrador siendo joven ingresó al PRI en el momento cumbre de la celebración de esta liturgia en los años de la presidencia imperial.

Es algo que le impresionó y que ahora restablece, para celebrarse como lo hicieron los presidentes de la República emanados del PRI.

Dice el dicho popular: “Lo priista nunca se quita”. El presidente todos los días lo confirma. Se ha convertido en un mantra de su gobierno: Soy un viejo priista.

@RubenAguilar

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