Por: Isabel Arvide

La realidad siempre gana todas las partidas, sea cuál sea el juego. Se impone. Apabulla. Devasta. Y permanece.

La realidad legal, con el sello oficial de la Fiscalía que encabeza Alejandro Gertz Manero, a quien ninguno puede acusar de afinidad con los militares, es que el general Salvador Cienfuegos es, fue, sigue siendo inocente. Lo que, además, certifica que la investigación norteamericana era absolutamente política y falsa.

Una investigación sin sustento, si creemos en las leyes mexicanas, y no tendríamos porque no hacerlo. Objetivamente lo que encontró la Fiscalía en contra del extitular de la Defensa Nacional fue cero. Nada. Punto. Y como no encontró, repito textual, “dato alguno o síntoma de obtención de ingresos ilegales o acrecentamiento de su patrimonio fuera de lo normal”.

Y tampoco “prueba alguna de que hubiera utilizado ningún equipo o medio electrónico, ni que hubiese emitido orden alguna para favorecer al grupo delictivo señalado en este caso”.

Tampoco halló: “… encuentro alguno con los integrantes de la organización delictiva investigada por las autoridades norteamericanas, y tampoco sostuvo comunicación alguna con ellos, ni realizó actos tendientes a proteger o ayudar a dichos individuos”.

O sea, en síntesis, que no hizo nada de lo que fue acusado.Quienes conocemos el mundo del poder militar dijimos, escribimos, que el general Cienfuegos no habría podido realizar, jamás, ninguna de las acciones por las que fue detenido. Simplemente no habría habido forma para dar una orden de “protección” a un grupo delictivo desde su investidura.

La pirámide de mando lo impide, a no ser que decenas de jefes militares fuesen cómplices de una organización criminal, lo que resulta impensable. A esta circunstancia, habría que agregar el absurdo inmenso de que un hombre con tantísimo poder pudiese reunirse con un criminal menor, de poca monta.

Sin embargo, una sociedad ávida de encontrar culpables a priori, de sentenciar a quien sea por lo que sea, incluso de quemar en leña verde a cualquier protagonista del pasado inmediato se sumó al juicio sumario.

Despotricó contra el general Cienfuegos, agraviando a la institución militar. Ahora muchos tendrán que tragarse sus palabras. Y otros, pocos, estaremos satisfechos de haber estado en el lado correcto de la historia por haber defendido la inocencia del general Salvador Cienfuegos. La realidad, insisto, no pude borrarse por decreto.

Y la realidad es que autoridades de Estados Unidos actuaron de forma inmoral al acusar al General. Su detención, con la humillación del maltrato a su familia, fue totalmente injustificada.

¿Qué sigue? A las autoridades que inventaron estos delitos, que detuvieron, agraviaron al general Cienfuegos, les va a costar mucho trabajo rearmar la relación de cooperación con las fuerzas armadas, con el gobierno mexicano.

Lo que demostró el caso del general Cienfuegos tiene dos aristas: Una, la vulnerabilidad de cualquier mexicano al pisar suelo norteamericano. Dos, la fuerza de las instituciones y la decisión del canciller Marcelo Ebrard, del presidente López Obrador, de proteger a los mexicanos.

Cienfuegos fue, definitivo, víctima. Hasta ahí. Quienes quieran que López Obrador cambie su política que incorpora, utiliza a las fuerzas armadas en muchos ámbitos, deben dirigirse a otra ventanilla.

Este tema está cerrado, para bien de las instituciones.

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