Oficialmente van dos años desde que asumió la Presidencia de la Republica el candidato de las izquierdas Andrés Manuel López Obrador. No se puede dejar pasar desapercibido que fue con un amplio margen de diferencia y con casi 30 millones de votos logró imponerse a los partidos que habían dominado la escena política en las últimas décadas.

AMLO, como se conoce popularmente entre sus correligionarios y detractores, ha sido un personaje polémico desde sus comienzos como político en activo, iniciándose primero en el PRI en el 73, para posteriormente, por diferencias coyunturales, pasar al PRD, donde fue dirigente nacional y jefe de Gobierno del entonces D. F. (de 2000 a 2006).

Desde entonces, su carrera política estuvo marcada por el encono y la disidencia con respecto al Ejecutivo federal en turno. Como candidato perdedor en el 2006 acusó fraude y no reconoció los resultados, lo mismo para el 2012, pero esta vez perdió por un amplio margen de 3 millones de votos.

Fue hasta el año 2018, bajo una fuerte impopularidad de Enrique Peña Nieto, así como con un discurso anticorrupción y de un cambio en la forma de gobernar el país, aunado a una estrategia de marketing en razón al auge de redes sociales y de una oposición tibia, arrogante y desacreditada, supo colocarse como triunfador de las elecciones federales.

Así las cosas, es que el hoy presidente desde que tomó el cargo de la presidencia ha sabido capitalizar políticamente su popularidad, llamando a su propio gobierno la Cuarta Transformación, en referencia diversos sucesos de la historia nacional, bajo esta premisa cabe hablar de una verdadera trasformación del país en términos de lo que el presidente quiere dar a entender.

Su política económica no difiere mucho de gobiernos anteriores, a los llamados “neoliberales” de los últimos 30 años. Se basa en un estatismo puro y duro, que tiene como eje primordial los programas sociales a los más desfavorecidos, critica vehemente que ha sido realizada por múltiples sectores en razón de que estos programas tienen como característica principal el “distribuir recursos” a ciertos grupos vulnerables, lo que coloquialmente se conoce como “regalar dinero”.

Su política ha sido dilatada de clientelar y paternalista, allegándose de una base cada vez más numerosa de votantes potenciales. Ningún país ha salido de la pobreza mediante medidas de índole social, no se niega la importancia de ayuda a los más necesitados, pero cuando lo haces como principal motor de tu política económica, algo anda mal.

En relación a la bandera anticorrupción que ha tomado el Ejecutivo, hay logros como la extradición de Emilio Lozoya y el encarcelamiento de Rosario Robles, sin embargo, su gobierno se ha destacado por dos cuestiones fundamentales: la protección de individuos tan deleznables como Bartlett y Velasco, así como nula investigación seria y/o fundada en contra de funcionarios de sexenios pasados, siendo más dicha lucha anticorrupción un drama mediático tendiente a ganar adeptos durante las próximas elecciones. Y ni qué decir de las adjudicaciones directas de obra pública otorgadas que es un resabio de regímenes pasados, y que hoy se encuentra de nueva cuenta presente.

Podríamos pasar un tiempo mencionado la letalidad del casi 10 por ciento de la pandemia nos azota como país, que ya tiene como resultado mas de 100 mil fallecidos, o bien de los 60 mil muertos producto de la inseguridad en apenas dos años de gobierno,

Se insiste en seguir una estrategia de militarización y de uso de la fuerza desmedidamente, enfatizando, más una estrategia que ha demostrado no ser del todo correcta en el combate a la inseguridad, sin contar su deficiente desempeño en la promoción e implementación de energías limpias, derrochando a un más recursos públicos en proyectos faraónicos como Dos Bocas en Tabasco.

Así las cosas. No podemos aplaudir y reconocer a un gobierno que bajo formas populistas pretende ganarse el apoyo de las bases, y que quizás lo logre afianzando aún más su aceptación.

El discurso del que está en el poder es realmente poderoso, pero una cosa es el grado de hipnotismo colectivo que posee hoy el Ejecutivo, y otra cosa son los hechos y la realidad económica y social que terminarán imponiéndose tarde o temprano a todos los mexicanos. Solo espero que no sea demasiado tarde, si no es que ya lo es.

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