¿A quién no le pasa en estos tiempos? Coges el celular para un fin específico y acabas sumergiéndote en un mar de notificaciones, aplicaciones y contenidos, que cuando menos lo esperas, ya te arrancaron valiosos minutos o hasta horas de tu vida, resultado de un atracón digital sin ningún valor… para ti.

El uso compulsivo del smartphone es una constante para la mayoría de quienes tienen acceso a estos adictivos dispositivos, no por el aparato en sí mismo, sino por el acceso a aplicaciones y redes sociales que estimulan el ocio, la aceptación social y el consumo.

Es así como ha surgido dentro de nuestra hiperdiversificada economía, la denominada: industria de la atención, la cual se nutre precisamente de nuestras debilidades cognitivas y psicológicas para alcanzar sus propios fines.

Esta potente industria, ya tiene en el top 5 de las empresas más valiosas de EU a dos de sus principales íconos; Google en el segundo lugar de la tabla, con un valor cercano a los 800 mil mdd y en el quinto; Facebook, que tiene una capitalización de mercado de 500 mil mdd. Lo que nos confirma que ahora es más rentable explotar la atención de las personas que, por ejemplo, extraer petróleo.

Me imagino que a estas alturas ya sabrás que el hecho de que muestres interés por algún producto al navegar en tu móvil y enseguida aparezcan otros similares o relacionados en términos de consumo no es una casualidad. La industria de la atención ha desarrollado su propia “ingeniería” para hacer que pasemos más tiempo en sus aplicaciones, y a su vez, consumamos los productos de empresas que les pagan por anunciarse.

Los defensores de uso de las redes sociales, argumentan que estas son neutras, es decir, que dependen del uso que las personas les demos, sin embargo, cuando los grandes corporativos tienen dentro de sus estructuras departamentos dedicados a estudiar las debilidades de la psique humana, no podemos hablar de neutralidad, sino de una intención premeditada por obtener a como dé lugar nuestra rentable atención.

No pretendo afirmar que las redes sociales son malas, creo firmemente que han ayudado muchísimo a acelerar procesos, hacer más fácil nuestra vida y a mejorar nuestra comunicación, pero también han generado en la mayoría de los usuarios (sobre todo en los nativos digitales) una especie de afección que el manual de trastornos mentales (DM-5) cataloga como: adicción conductual.

Este tipo de adicción se genera a través de estímulos positivos intermitentes, como una notificación, la obsesión por los likes o por el número de seguidores que tenemos en nuestras cuentas, lo cual no solo juega un papel importante dentro de nuestro gregario sentido de pertenencia a la manada, sino también ha ido peligrosamente convirtiéndose en una herramienta para asignarle valor a las personas.

Incluso, hemos llevado a un nivel aspiracional el ser parte del entramado multinivel de las redes sociales, quienes nos instan a sumarnos a las filas de la economía de la atención, dándonos la posibilidad de ser nosotros mismos creadores de contenido para seguir atrayendo la atención de más y más usuarios.

Pero, ¿qué de malo tiene esto?

En concreto, que estamos desperdiciando tiempo de nuestras vidas en “relaciones” de bajo valor. Un “me gusta” nunca reemplazará una verdadera expresión de amistad y solidaridad, así como no es lo mismo un follower que una amistad verdadera, incluso si hablamos de ocio, no es lo mismo hacer algún deporte, tener algún hobbie o simplemente disfrutar del silencio, que estar constantemente revisando el móvil o consumiendo o creando contenido con el fin de elevar nuestro nivel de aceptación digital.

Así pues, nos encontramos con herramientas que son necesarias para nuestra vida social y económica, pero que, al mismo tiempo, reducen el valor que obtenemos de la misma, como una especie de fastfood, pero en el ámbito socio-emocional.

En su libro, “Minimalismo Digital” el académico de la Universidad de Georgetown Cal Newport, propone algunas soluciones para recuperar nuestra vida y gestionarla asertivamente en un mundo saturado de tecnología. Por ejemplo; eliminar las aplicaciones de redes sociales del smartphone, tener horarios determinados para uso de las mismas en la PC, adquirir hobbies de mayor valor o simplemente valorar los beneficios del silencio.

Lo cierto es que a estas alturas, para muchos sería casi imposible alejarse del espectro digital. Lo que también es cierto, es que podemos tomar conciencia del manejo que hacemos de las mismas y darle una intención a su uso, con el fin de poner el arma más potente que tenemos (nuestra atención) en beneficio propio.

Según la física y la mecánica cuántica, que es el área de la ciencia que estudia la conformación de nuestra realidad desde el nivel sub atómico, la atención crea y modifica la realidad en la que vivimos, por lo que podemos deducir que donde ponemos nuestra atención, ponemos nuestra energía.

¿Dónde ha estado tu energía últimamente?

Twitter & Instagram: @jorgeivand

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