La música es mi todo: Cecilia Reyes
Foto: Yvoné Vidaña

¿Han escuchado una canción de Pedro Infante llamada “Perdón No Pido”? Dice: “También de dolor se canta, cuando llorar no se puede…”. Tras conocer la historia de Cecilia Reyes, no me la he quitado de la cabeza.

Podría hablarles de una niña a la que siempre le gustó cantar, actuar, danzar y declamar; que nació en Distrito Bravos, Chihuahua; y que a los 12 años ganó un famoso concurso de talentos auspiciado por Colgate-Palmolive.

Una pequeña que poco después ganó el segundo lugar en otro programa del recuerdo de esta ciudad, ese de “El Compadre más Padre”. Una que creció y que desde 1980 no ha dejado de actuar en peñas, cafés cantantes y en el renombrado Ateneo Fronterizo… Podría contarlo así de simple, pero la vida no es sencilla y la de Cecilia tiene muchos bemoles sobre los que quiero detenerme para que puedan comprender la grandeza de esta mujer, que ha buscado la mejor tonada que se le presente para hacer de su talento, el canto, una ventana que le permita asomarse a la felicidad.

Cecilia y yo acordamos reunirnos a desayunar y nos despedimos cuando la noche ya avanzaba. Tuvimos una charla honesta en que me brindó la confianza de amigas de años, misma que agradezco y de la cual, les contaré algunos detalles.

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La escuela un refugio mágico

Su infancia fue complicada, solitaria y llena de malas experiencias: “A los cinco años, una vecina me llevó por primera vez a la escuela, recuerdo que los niños entraban cantando, estar ahí era para mí, como otra vida, tanto así que no quería regresar a la casa, la vecina tuvo que darme su palabra de que me traería de regreso al día siguiente y solo así acepté salir de ese nuevo espacio. La peor amenaza que podían hacerme era que ya no me dejarían ir a la escuela”.

“Siempre bailé en todos los festivales que se presentaban, nadie de mi familia me fue a ver nunca. En tercer año empecé a declamar, y en cuarto, era la capitana del equipo de basquetbol, todo lo que me permitiera pasar más tiempo en la escuela era perfecto”.

La condición económica familiar siempre fue precaria y fue gracias a la madre de una compañera que la inscribieron en la secundaria técnica, ahí aprendió contabilidad.

A los 14, un joven que ella no conocía se la “robó”, la llevó a la Ciudad de México y a los 15, sin su consentimiento, la casaron con él.

Fueron años de una relación que hoy llamaríamos tóxica, de “ires y venires” que se convirtieron en algo insoportable, hasta que, con mucho esfuerzo, pudo terminarla y en la cual, tuvo cuatro hijos.

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La frontera y renacer

En esta nueva etapa de su vida como madre sola comenzó a trabajar en restaurantes, primero aquí en Juárez y posteriormente en El Paso, Texas, hasta que poco a poco su situación económica se estabilizó.

“En los restaurantes me oían cantar y los mariachis me ofrecían integrarme a ellos de manera formal, pero no podía aceptar, tenía que cuidar a mis hijos y esos trabajos son nocturnos, además que no me ofrecían un ingreso estable, así que nunca tomé esas ofertas”.

Años después y de una nueva relación nace su hija menor, este acontecimiento la hace migrar a Estados Unidos y entra a trabajar en una factoría de vino. Una compañera le sugiere legalizar su estancia en aquel país y sin mucha esperanza “mete papeles”, para su sorpresa le es concedido el trámite y se convierte en residente.

“Ya con legal para trabajar me puse a aprender inglés y entré como costurera a una maquila, ahí con el polvillo de la tela me enfermé del sistema respiratorio y no pude seguir”.

“En esa época sufrí lo que quizá sea uno de los más grandes dolores de mi vida: una de mis hermanas fallece por leucemia”. Cecilia estaba con ella en el momento de su muerte, los detalles de ese recuerdo hacen que las lágrimas corran por su rostro.

Recuperada de su pérdida, unas amigas la invitaron a un restaurante del centro donde los sábados se cantaba “en bohemia”. Uno de los asistentes la escuchó cantar y la invitó a interpretar bolero y tango en una Asamblea de la Sociedad Mutualista Ignacio Zaragoza, en ese entonces ella ya participaba en los coros de la iglesia y de la universidad, así que aceptó.

“A raíz de eso, me contrataron para cantar en la Peña Criolla de ‘Bucho’ Camacho y en el Café Cantante de Dino Mendoza, ahí fue la primera vez que vi mi nombre en una marquesina. También canté en un homenaje a Agustín Lara y de 1984 a 2020, participé en el Ateneo Fronterizo”.

El amor de su vida

Fue por 1984 que Cecilia conoce a quien se convirtió en el amor de su vida, el gran actor y director teatral Humberto Salcedo, fallecido hace poco y con quien vivió casi 40 años. “Con él pude viajar, tener la estabilidad que nunca había sentido y estar en paz”. El llanto al recordarlo vuelve a brotar. Ha sido una jornada de muchas lágrimas, y otro tanto, de risas con esta hermosa mujer.

La llegada de la pandemia la llevó a reinventarse, “empecé a grabar mi música hace un par de años, tuve mi primer celular (que aún no domino) y decidí sumarme con Raúl Lerma, mi maestro al piano y ahora productor en el proyecto Estudio 33, que consiste en un estudio de grabación de audio y video con oficinas en la Ciudad de México y Ciudad Juárez”. Son estas dos urbes donde ahora Cecilia reparte su tiempo.

En 2020, a los 74 años, hizo su primera gira por Ciudad de México, Puebla, Veracruz y Acapulco. Actualmente trabaja en la elección de las melodías que integrarán su próxima producción discográfica, porque nunca es tarde para hacer lo que te apasiona.

'También de dolor se canta'…

Antes de concluir, pregunto dónde nació su amor por la música y con nostalgia me cuenta: “Recuerdo que mi escape de la realidad en la infancia era un pequeño radio que mi mamá tenía, en él escuchaba melodías que memoricé y que me han acompañado desde entonces, porque para mí, la música es mi medicina, mi alimento, mi todo…”

Hay mucho que me guardo de Cecilia, se queda ella en mi corazón. Cuando nos despedimos con un largo y sanador abrazo, en mi mente surgieron los acordes que acompañan a la voz de Pedro Infante, ahora junto a la de Cecilia Reyes, y que cantan: “También de dolor se canta, cuando llorar no se puede…”.

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