A Ciudad Juárez han llegado miles de migrantes con la esperanza de cruzar a los Estados Unidos para pedir asilo y obtener una mejor oportunidad de vida, entre los grupos de centroamericanos amenazados por la violencia y pobreza, destacan por su vulnerabilidad los migrantes trans (transexuales y transgénero).
Un grupo de trans salvadoreñas llegó a esta frontera con la esperanza de ser recibidas en la Unión Americana, pero debido al decreto del entonces presidente de EU, Donald Trump, el programa MPP (Migrant Protection Protocols, también conocido como Remain in Mexico), las migrantes tuvieron que permanecer en el país hasta que su trámite migratorio fuera aprobado.
Esta situación generó una crisis en las fronteras mexicanas, creando un importante número de población flotante. Para el grupo de más de 40 trans centroamericanas no fue fácil, ya que ellas tuvieron que afrontar la discriminación desde sus lugares de origen hasta el trayecto a esta frontera.
Encontrar un hotel en ruinas en el Centro de Ciudad Juárez para convertirlo en un refugio de esperanza para alcanzar “El Sueño Americano”, ha sido una experiencia que las marcó y quedará en su memoria como: “La Casa de Colores”.
Un largo viaje
“Recuerdo que nos cruzamos en balsas porque no teníamos documentación para entrar a México, éramos 21 chicas trans que viajábamos juntas y fuimos estafadas al llegar, pues nos dejaron (los coyotes) botadas en un parque”, recuerda la salvadoreña Alexa Ponce, de 25 años.
Ella salió de su país natal en enero de 2020. Su “escudo” para llegar hasta la frontera y evitar más demoras o cuestionamientos de los militares fue decir que eran portadoras de VIH, platica Alexa.
Para Susana Coreas, de 40 años, también salvadoreña, la historia fue similar, pero agrega que la discriminación era constante y fuerte. —“Ay qué horror, un macho con vestido, que fea te ves, mejor quédate de niño”—, eran los comentarios que escuchaba en su trayecto.
“En mi casa nadie sabe que soy trans, el único que sabe es mi hijo. Le expliqué y le mostré algunas fotos y su reacción fue con mucha naturalidad e incluso bromeó comparándome con mi madre. A mi hermano le hice unos comentarios, pero él no reaccionó, mis padres son religiosos, conservadores, anticomunidad y sé que no me aceptarían, así que a ellos no se los diré, ni siquiera sé cómo los confrontaría”, comparte Susana.
El plan original de las migrantes era permanecer en un albergue oficial mientras seguían con su proceso migratorio, pero cambiaron de idea por un rumor, cuando la encargada de un albergue les dijo que “Juárez era homofóbico, que nadie las aceptaría y que si salían no sobrevivirían”. Finalmente dejaron el lugar.
Al salir del albergue buscaron empleo para subsistir, afuera se dieron cuenta que “nada era cierto”. Centros nocturnos, restaurantes, tiendas de ropa y otros establecimientos les abrieron las puertas aceptándolas, las apoyaron en todo.
“No tienes idea de lo que nosotros descubrimos al salir de ese lugar, la gente nos aceptó, no todos, pero sí la mayoría, muchos se acercaron, nos ayudaron y apoyaron, no esperábamos que en Juárez hubiese tanta gente buena que, sin conocernos, nos quisiera”, dijo Susana.
Unidas en un refugio
La vivienda era otro tema importante, llegó un punto, comenta Susana, que los organismos de ayuda les daban apoyo por unos meses, incluso ayuda económica, pero les advirtieron que debían separarse, serían trasladadas a diferentes fronteras. No aceptaron la propuesta.
Buscando entre las calles de la frontera, encontraron a la propietaria de un antiguo hotel en ruinas, el “Omare”, ubicado en el Centro de la ciudad (entre calles Ramón Corona e Ignacio de la Peña).
El edificio no contaba con servicios básicos, estaba en total abandono, pero la dueña del lugar se los facilitó para ayudarlas, ellas poco a poco trataron de acondicionarlo.
Con un poco de todo, de apoyos de aquí y de allá, las salvadoreñas lideradas por Susana, bautizaron al lugar como “La Casa de Colores”.
“Nos propusimos luchar para convertir esto en un albergue y así poder recibir a las demás que habían quedado atrapadas en el primer albergue. Fue cuestión de supervivencia, el cambio fue radical, pues un edificio en ruinas se convirtió en nuestro hogar por poco más de un año”, dijo Susana.
Debido a la pandemia, las más de 40 mujeres trans quedaron atrapadas en la frontera, pausando sus procesos migratorios por más de un año.
Hace unas semanas fueron las mismas habitantes de “La Casa de Colores” quienes se presentaron ante los agentes de la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) para obtener un tipo de admisión especial por razones humanitarias, autorizado por la administración del actual presidente de EU, Joe Biden.
“La Casa de Colores” cerró sus puertas una vez que partió Susana y las últimas inquilinas, abandonando de nuevo al antiguo hotel.
Con los sentimientos encontrados, abrazos, buenos deseos, lágrimas y nostalgia cada una se despidió de quienes se convirtieron en su familia y compañeras de travesía en esta frontera.
“Lo único que puedo demostrar es mi eterna gratitud, la verdad es que Ciudad Juárez tiene ese intento de protección, humanidad, de comunidad, ¡gracias por lo brindado!, por ofrecernos incluso sus hogares, sus recursos, en mi país no pasaría, espero algún día de alguna manera devolver, aunque sea un poco de lo mucho que nos dieron, no los olvido, me los llevo en mi corazón”, dijo Alexa con la voz entrecortada.
“La verdad no encuentro la manera de agradecerles a la mayoría de ustedes, la parte más difícil será despedirme de quienes nos brindaron apoyo, me duele, pero no es la primera vez, inicié dejando El Salvador y a los míos, claro que me afecta, pero ya no me daña, esto es parte del cambio, lo tenemos que vivir”, concluyó Coreas.
En su paso por Ciudad Juárez, las más de 40 migrantes trans encontraron lo que en sus países no, empatía, inclusión y respeto. Ahora viven confiadas de que en Washington y Boston su comienzo será una nueva historia.