Ciudad Juárez.– “Empecé a tomar fotos urbanas, de aquí y allá, hasta que un día me encontré con los menonitas, de inmediato quise saber cómo vivían en su cotidiano y me puse a investigar en dónde encontrarlos. Cuando supe que había una comunidad en Cuauhtémoc, viajé para allá, tenía yo unos 25 años. Llegué a la colonia y decidida, me paro frente a una casa y toco. La mujer que me abrió no hablaba español y al no entenderme, me cerró la puerta en la cara. Tres portazos más y comprendí que eso no iba a funcionar y regresé a la Ciudad de México, donde estudiaba en ese entonces”.
Itzel Aguilera había encontrado en este viaje la que sería, a lo largo de su vida, una de las más grandes inspiraciones en su carrera como fotógrafa y el inicio de una permanente relación con la comunidad menonita chihuahuense.
“Me quedó claro que, sin un contacto personal ya aceptado en la comunidad, me sería imposible adentrarme a ella, así que cuando me hablaron de una maestra que ya era aceptada, me acerqué a ella y accedió a acercarme con don Cornelio, a quien, tras explicarle el motivo de mi presencia, me permitió convivir con su familia”.
Con esta oportunidad en manos, Itzel tomó ocho rollos fotográficos y se lanzó a vivir días en el seno de esa familia, a la que dejó tras agotar en pocos días las tomas que los rollos que llevaba le permitieron. Al regresar a casa encuentra en la Cineteca Nacional la convocatoria para un concurso de identidad étnica, al que inscribe sus fotografías, ganando el segundo lugar. Estas imágenes le permitieron también obtener la Beca para Jóvenes Creadores y posteriormente otra beca para desarrollar una nueva serie fotográfica con otras familias menonitas, de la que surge la serie llamada “Tiempos de sol”.
“Al regresar a la Cdmx, este trabajo me permite acceder a otra beca, ahora de posgrado para cursar un doctorado en Barcelona, España. Mi relación con la familia de don Cornelio sigue hasta la actualidad, 28 años después. Los visito cada vez que tengo oportunidad y sigo fotografiándolos, incluso una de las niñas que capté en la primera serie fue recientemente portada de la revista Proyectos Fronterizos, acompañada de sus hijos, mientras carga su foto de niña enmarcada que le obsequié”.
Cuna de artistas
La vida junto a la cámara es casi una herencia, Itzel estudiaba Comunicación Gráfica cuando recibió las primeras nociones de técnicas fotográficas de revelado e impresión, al invitarla en ese entonces a participar en un proyecto de “Coinversiones”, necesitaba una cámara y pidió usar la de su abuelo, que falleció cuando ella tenía seis años, una Nikon F, con la que empezó a tomar fotos urbanas, es decir, imágenes de la calle, sin pose ni diseño previo.
“Mi abuelo fue un reconocido neurocirujano, rector de la Universidad Autónoma de Chihuahua (UACh) y fundador del Hospital Psiquiátrico en Chihuahua, entre otras cosas. En su tiempo libre era un bohemio que se dedicaba al cine, la pintura y la fotografía y no fue hasta que tuve su cámara que comprendí que esto era algo que venía en mi sangre”.
“Siempre fui la ‘rara’ de la casa, mi mamá se preocupaba por mis amigos dentro del ambiente cultural y más cuando terminé con una relación formal al entender que yo quería otra forma de vivir. Comencé a ir a exposiciones, talleres, eventos y mi mente explotó, me había estado perdiendo de la maravilla de la plasticidad de las artes visuales y desde ahí no he parado”.
Al regresar de su doctorado en Barcelona, se embaraza y a su esposo le ofrecen dar cátedra en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (UACJ) durante un año, así que se mudan a esta frontera.
“Veníamos por un año ¡y aquí seguimos! Al llegar comencé a colaborar con un grupo de madres de jóvenes desaparecidas, fotografié los espacios de violencia desde una perspectiva de no agresión visual, mis fotos no hablan de la profunda tristeza que se vive en el entorno, si no de la esperanza que aún subsiste en él. Vincularme con estas mujeres y su realidad le dio mucho sentido a mi vida, me convertí en activista, madre lectora en la escuela de mis hijas, gestora cultural, me sentí útil”.
“Me activé como tallerista, comenzando con ‘Volver al Centro’, taller de photowalk para mujeres usando cámara análoga (formato en que las personas con la guía de un experto toman fotografías con cámaras tradicionales, de rollo, mientras caminan por las calles de una ciudad, capturando escenas cotidianas desde la perspectiva artística), porque era para mí una necesidad retomar los espacios después del ciclo de violencia extrema que vivimos, apropiarnos de la ciudad nuevamente y en la actualidad este taller sigue vigente”.
Cautivada en la frontera
Una vez que Itzel comenzó su integración a Ciudad Juárez, no ha parado, sigue impartiendo diversos talleres, es coordinadora de exposiciones en el Museo del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. “Nunca pensé en trabajar en un sitio al que le tengo tanto cariño”. Es una reconocida fotógrafa a nivel nacional, recientemente abrió su propio espacio cultural y artístico al que bautizó como “Miciela” y a comienzos de este año recibió una presea por parte del Municipio de Juárez por su importante labor como gestora cultural.
“Este proyecto, además de brindar espacio para la impartición de talleres propios y de quien lo requiera, dará cabida a una biblioteca”
“He hecho fotoperiodismo, tengo un foto-libro pendiente de edición y he retomado el laboratorio (revelado e impresión). En una ocasión el Patronato Amigos del Museo me pidió un taller de revelado que concluyera con una exposición de los trabajos en el Museo de la Revolución en la Frontera (Muref) y al finalizar me quedé con el espacio donde lo impartí, ahí nace ‘Miciela’. Este proyecto, además de brindar espacio para la impartición de talleres propios y de quien lo requiera, dará cabida a una biblioteca de la que estoy haciendo su curación con el acervo bibliográfico de mi mamá, quien falleció recientemente”.
“El nombre ‘Miciela’ nace de mi fascinación por el cielo. ¿Has pensado que pueden estar pasando cosas maravillosas o terribles, pero siempre conviven con la belleza del cielo? Es un espacio de reflexión que tiene un significado importante para mí, y al buscar un nombre para el proyecto, jugando con las palabras, nos topamos con la aplicación del lenguaje inclusivo y surgió Miciela”.
“Hoy mi reto es sostener este espacio, activar la biblioteca, crear círculos de lectura y de escritura, que ‘Miciela’ sea un espacio para exposiciones y performance, un lugar para la convivencia, porque creo en la potencia de la conversación”.
Cuando le pregunto si la niña Itzel, aquella que quería llamarse Lucy Margarita Brillando Ochenta, estaría orgullosa de la mujer en que se ha convertido, ríe y asevera un rotundo sí con la cabeza, mientras comenta: “estoy contenta con todo lo que estoy logrando, ahora que lo pienso, de niña jugaba a ser fotógrafa, pero aún hay muchas cosas que quiero seguir explorando. No paro porque no quiero, hacer lo que hago me hace feliz”.
Y definitivamente eso es cierto, me encuentro ante una mujer que emana alegría, plena y llena de proyectos a la que les invito a conocer. Búsquenla en Facebook como “Miciela Estudio” y aventúrense en alguno de sus talleres, segura estoy de que no se van a arrepentir.