Familias modernas: otras maneras de vivir unidos
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Ciudad Juárez.– Amor es amor, tomar la elección de conformar un matrimonio es una decisión más allá de eso para cualquier pareja, ya que la relación amorosa se formaliza bajo un contrato jurídico, como un compromiso religioso o ambos.

Enfrentar las adversidades personales, las familiares y sociales son parte de lo que hay que sobrellevar antes de presentarse ante un juez o un altar y comprometerse a ser fiel y leal a una persona. Sin embargo, no para todas las parejas es igual, las personas del mismo sexo o de la comunidad LGBT+ deben, a veces, pasar por mayores obstáculos para casarse ante una autoridad civil o religiosa. Mientras, algunos matrimonios heterosexuales avanzan hacia la Unión Libre o las relaciones abiertas.

Tres parejas nos comparten sus historias de amor, adaptación y resiliencia, nos explican por qué el matrimonio es fundamental en su relación y cómo esperan vivir felices hasta que el divorcio o la muerte los separe.

Cristina y Lizbeth

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En un entorno complejo, Lizbeth Ramírez recuerda haber pasado días negros, meses completamente perdida, su noción de la vida era nula, se quedaba en los picaderos para consumir cristal, sin esperanza de volver. Pero el amor, la paciencia, el apoyo, la hicieron volver a creer en ella, levantarse, aprender a amarse y amar a alguien muy especial que fue su inspiración para dejar atrás esa pesadilla y recuperar a su hijo.

Cristina Treviño comparte que su amistad con Lizbeth inició en redes sociales (Facebook), así durante un año, charlas y mensajes de aliento fueron las bases para forjar una amistad y acordar una cita, fuera de la virtualidad.

“Fue muy bonito verla ahí, esperando toda ansiosa a que yo bajara”, comparte Cristina. Lizbeth fue a esperarla en la estación del camión, en lo que ella salía de trabajar. “Me enamoré en cuanto la vi bajarse de la ruta. Tenía una gran emoción de verla en persona”. Así fue el flechazo y de ahí comenzaron un noviazgo, uno que enfrentaría muchos desafíos.

Ambas se adaptaron durante la adolescencia a definirse como lesbianas. Cristina comenta: “desde muy chica, los hombres nunca me atrajeron. Cuando le dije a mi mamá (sobre mi sexualidad) me dijo: ‘está bien, yo te acepto’. En lo social fue un poco más difícil, porque hay muchas personas que lo ven mal. En la secundaria y prepa me sentía discriminada, los maestros me veían como el bichito raro”. En el caso de su pareja fue todo lo contrario, fueron los maestros sus protectores, mientras el bullying era de sus compañeros de aulas.

No es fácil iniciar una vida amorosa bajo la discriminación, nos cuenta Lizbeth, “hay muchos que batallan para salir del clóset, tienen miedo a que los rechacen, yo siempre he sido una persona muy abierta en cuanto a mi sexualidad, pero me tocaron parejas que tenían miedo hasta de su familia”. Cuando conoce a Cristina se da cuenta que ambas familias son distintas a las demás, las han apoyado a tener una vida como pareja, muy plena. La preocupación de Lizbeth era la adicción al cristal.

En el proceso de definir su preferencia sexual, ella tuvo a un hijo, tenía 18 años cuando se embarazó. También, de los 15 a los 18 enfrentó la adicción a las drogas, una lucha que mantiene, está “limpia” desde que encontró en su familia y pareja la fuerza para salir. “Un amigo me acercó al cristal, por mucho tiempo solo los veía, fue la curiosidad, me gustaba andar en ese desastre y de ahí empecé”.

En el proceso de rehabilitación, su padre biológico la apoyó al llevarla a un anexo, pero ahí, asegura que fue discriminada. “El director del anexo era pastor, muchas que estábamos ahí éramos conocidas, en un día de visitas estaba recostada en las piernas de una compañera, estábamos platicando y llega el pastor: –¡levántate de ahí!, esa conducta no es apropiada–, le expliqué que solo estábamos platicando y me dijo: ‘pues si no te gusta, para hablarle a tu papá para que venga por ti de una vez…’”, Lizbeth se fue del lugar sin terminar la rehabilitación.

Dejó de drogarse por un tiempo, pero recayó cuando ya había conocido a Cristina y se habían enamorado.

“Caí muy bajo… parecía un tecato , a ese grado caí. Me quedaba en los picaderos por días {…} mi familia también intentó ayudarme. No obstante, ella se quedó, me levantó y me ayudó a salir de las drogas, me ayudó a recuperar a mi niño”.

“Ella me estuvo esperando y a pesar de que de repente no sabía de mí en días o meses, porque llegó a haber meses que no sabía nada de mí y cuando le enviaba un mensaje se emocionaba, me quería oír, estaba preocupada por mí, había ese interés de moverse con mi hermana para buscarme, fue cuando empecé a agarrar la onda”.

El amor, apoyo y respeto fortaleció su noviazgo, el hijo de Lizbeth también amaba a Cristina. “Creo que para dejar la adicción se necesita el apoyo de una persona que siempre esté contigo ahí. El cristal es una droga muy fea, te hace pensar cosas que no son, te manipula. El apoyo moral fue lo que yo le di, subir su autoestima”.

“En la última recaída que tuve, Cristina no me juzgó, me moría de vergüenza, ¿qué voy a hacer? ¡ya me drogué!, me va a dejar {…} ella, en cambio me dijo: –es un proceso largo vas a tener complicaciones– y fue cuando decidí dejar totalmente las drogas, no me he drogado (hace 2 años y cachito), mi hijo ya tiene 4 años”.

Después de la tormenta mental, Lizbeth reflexionó mucho en el porqué no podía llevar una vida feliz y tranquila, así que decidió alejarse de cualquier adicción y proponerle matrimonio a Cristina. Llevan un año en el proceso de darse sí ante un juez civil, ya que la Iglesia católica a la que pertenecen les negó la posibilidad de casarse frente al altar.

“Mi mamá se entristeció porque soñaba verme casada de blanco en la iglesia, mi suegra igual, pero bueno, no se pudo en la iglesia, pero se puede civil, gracias a dios ahorita ya tenemos ese derecho”, menciona Cristina en lo que anuncia que ya tiene fecha para su matrimonio civil, será el 9 de febrero. Durante las Bodas Colectivas, ellas no serán de las parejas que puedan sumarse al evento masivo, ya que desde el inicio de la administración estatal vigente, las parejas de la comunidad LGBT+ no han sido consideradas para estas ceremonias masivas o han sido limitadas.

Para Cristina, “la diferencia será que habrá algo legal, será lo único que cambiará entre nosotras. Es mi esposa, tengo el papel que dice que es mi esposa. Hemos salido adelante juntas. Para mí un matrimonio es un apoyo al otro”. Mientras para Lizbeth, “es ir madurando juntas también, mi hijo la adora”.

Piensan en envejecer juntas, ven en ellas y su hijo una familia perfecta.

Carlos y Daniel

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Carlos Soria y Daniel Marta se consideran una pareja privilegiada, el apoyo familiar no ha sido un problema, por el contrario, su matrimonio es el corazón de la unión entre dos familias, “ahora somos 13”, dice Carlos sin dudarlo.

Ellos pasaron de la friend zone a ser un matrimonio. La amistad y el respeto son la base de su relación amorosa. “Somos muy reservados, hasta la fecha”, es decir, no se agarran de la mano ni se dan besos en público o frente a personas (incluso familia). Al respecto, Daniel considera que es por respeto, “sé que no hacemos absolutamente nada malo, pero, a lo mejor, hay gente que no lo puede apreciar de la mejor manera”.

Antes del flechazo hubo una sólida amistad. “Nos conocimos a los 20, éramos amigos. Comencé saliendo incluso con su mejor amigo, pero no hubo química, salíamos los tres, pero terminaba platicando con Dany siempre”. El interés aumentó, él descubre que estaba enamorado de Daniel. “Recuerdo que la mayoría de mis proyectos (como estudiante) eran dedicados a él, era como mi musa. Me costó ocho meses de enviarle mensajitos románticos y detalles”.

La friend zone se rompe cuando Carlos hace una tarea, un cómic. Cuenta Daniel que “se trataba de dos personajes que contaban una historia, que realmente era parte de lo que él y yo habíamos vivido {…} y me dice que no tiene final, porque el final lo voy a poner yo…”.

“Sentía algo en el estómago, que me gustaba, ¿por qué no darme la oportunidad de empezar algo con él?”, así que un Daniel muy introvertido le propone ser novios a un Carlos muy extrovertido.

“Fue algo inesperado, fue rápido porque cuando él habló conmigo eran finales de octubre y para el 14 de noviembre ya habíamos empezado la relación, y no era tema de –vamos a conocernos–”.

No pasa mucho tiempo, hasta que dan el siguiente gran paso, vivir juntos.

De un gran enamoramiento, comenzaron a disfrutar los dulces detalles de la convivencia, pero también enfrentaron la adaptación. Daniel comparte que “los primeros años de relación fueron los más difíciles, cuando ya nos fuimos a vivir juntos, acostumbrarme a su manera de hacer las cosas, él acostumbrarse a mi manera, no soy de carácter sencillo, tengo carácter, entonces fueron complicados los primeros dos años. Era una gritadera, discutíamos por tonterías, ahora que lo digo nos casusa risa, pero, hoy por hoy, ha cambiado por mucho”. En el caso de Carlos, también fue un reto. “(En casa) cada quien tiene sus cosas, por ejemplo, Daniel lava la ropa, dobla {…} las tareas sí están divididas, yo me encargo de la cocina, de trapear, barrer, cocinamos los dos, pero quien más cocina soy yo. Tuvimos conflictos, como –¿por qué dejas la toalla colgada en el barandal de la escalera?–, él es organizado y más metódico, pero hay un orden en mi desmadre”. Así, juntos, pero no revueltos, descubrieron sus debilidades y fortalezas como pareja.

Madurando y aprendiendo el uno del otro se dan cuenta que les gustaría vivir en su propia casa, pero los créditos de Infonavit en ese entonces solo consideraban la suma de créditos en matrimonios civiles.

“A nosotros nos tocó irnos a casar a la Ciudad de México, porque en aquel entonces no te podías casar aquí, era un trámite bastante largo, poner amparo, etc., entonces, lo más fácil para nosotros era irnos a la Cdmx”, explica Carlos.

Aunque al inicio Daniel dudó hasta de un noviazgo, finalmente, toma la iniciativa de pensar en el matrimonio. “Se me ocurrió hacer un rally, un desafío, con unos cofrecitos escondidos en ciertas partes del departamento y era ir encontrando pistas para poder encontrar el último cofre, ese lo tenía yo y ahí tenía dos anillitos, un compromiso de estar juntos, de poder pensar en un matrimonio, esa fue la manera en que me dijo que sí”.

“Crecí en un cuento de hadas, desde muy chico soñaba con un esposo y a lo mejor unos hijos, esa fue mi aspiración de matrimonio, me caso para toda la vida”, dice Carlos.

La boda civil fue trámite que terminaron haciendo en jeans durante unas vacaciones. “Nos casamos en un hospital del Issste (Cdmx), ahí estaba la oficialía del Registro Civil, siempre digo nos casamos entre actas de nacimiento y actas de defunción”.

Pero, al ser esposos, la terapia individual y de pareja vino apoyar a que la relación se forjara mejor. A 6 años del matrimonio. “También tuvimos un punto de quiebre por incompatibilidad de caracteres. Daniel por su trabajo ha ido creciendo, él es muy comprometido, pero de pronto empezó a dejar la relación afectiva de lado, también me empecé a hacer muy dependiente emocionalmente, me empecé a hacer súper inseguro, celoso {…} fui a terapia por eso, tuvimos tres terapias juntos. Daniel se puso las pilas y yo de mi parte, así hemos estado”.

Otro aspecto decisivo para la pareja, fue el deseo de la paternidad que tuvo Carlos. Comenzaron a averiguar los trámites y posibilidades de hacerlo, por otra parte, se sumaron los cambios laborales. “Cuando me salí de mi antiguo trabajo fui a terapia, estaba burnout. También traté ahí mi deseo a ejercer la paternidad, que resultó no ser un deseo genuino, sino por ego de decir: ¡Vean somos una pareja gay que tenemos un hijo!, como el reconocimiento, también cumplir con esa parte de que mis papás tuvieran un nieto, etc.”. Las ideas se ordenaron y con ello sus decisiones.

“Ahora tenemos una relación maravillosa, muy buena, de mucha comunicación, de reconocer a la otra persona, de cuando algo no me gusta o no le gusta, tenemos la confianza de decirnos –sabes qué, esto no me parece–, –¿qué vamos a hacer para remediarlo?–. Esos son los logros más grandes que hemos tenido como matrimonio”, agrega Daniel, “ya tenemos nuestra casa, es un logro muy grande para ambos”.

“Tenemos 10 años de matrimonio, como novios 13 años juntos. No competimos el uno con el otro (ni en salarios, ni quién hace más o menos). El matrimonio me hizo entender que Daniel es otra persona (piensa distinto, su forma de amar es distinta y esa parte me ha resultado una maravilla, lo acepto tal cual y me fascina).

Todos se juntan en nuestra casa a celebrar Navidad o Año Nuevo, nos vamos de vacaciones, creo juntos somos 13”.

Envejecer juntos. “Sí, definitivamente, creo que al día de hoy yo no concibo mi vida si no está él (Carlos) a mi lado… estoy segurísimo que aunque uno de nosotros no esté en el plano terrenal, más allá seguiremos todavía juntos”.

Antonio y Lucía

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A quien llamaremos Antonio y Lucía, son una pareja heterosexual. Ver un retrato de ellos con sus hijos los hace parecer un matrimonio convencional, sin embargo, mantienen una relación abierta, es decir, pueden tener intimidad con otras personas en grupos de intercambio de parejas.

Como pareja swinger mantienen su relación y hogar aparte, solo acuerdan relaciones sexuales entre ambos con otras parejas. Esta dinámica, en cierta forma, salvó su matrimonio de una crisis de celos e inseguridad. ¿Cómo una pareja de cristianos llegó a dar un salto tan grande en cuanto a sus valores del matrimonio?

Antonio nos comparte que conoció a Lucía en una boda de una comunidad cristiana. “Los dos éramos cristianos, pero yo salía con otra chica, ella era casada, así que fue un drama y cuando finalmente podemos salir (ya divorciada) es que conozco a Lucía”. Después de esa boda, en la que él era parte del grupo musical que amenizaba, no volvió a encontrarse con ella hasta el siguiente año.

“Me enteré que Lucía era novia de uno de mis mejores amigos”. Para ella también fue complicado, “andaba con un líder juvenil de la iglesia y pues al estar con él sentía el rechazo de los demás, porque no era como la típica cristiana y terminé dejándolo”.

“Empezamos como amigos, terminan ellos su relación, me espero cierto tiempo y la invitó a salir”. Con 23 años él y 24 ella, comienzan un noviazgo de dos años. “Le propuse que fuera mi esposa a los cinco meses”. En el entorno cristiano, “si eres mayor de 18 y no te has casado, es extraño, el mismo ambiente cristiano te impulsa a que vayas buscando pareja”, asegura Antonio.

“Me parecía que era una persona muy franca, realista y sobre todo muy inteligente, nuestra relación fue linda, me parecía que teníamos muchas cosas en común y por qué no decirlo, saber que conocía de Dios me daba más seguridad y tranquilidad”, comparte Lucía.

Ella no dudó en creer en el matrimonio, “por supuesto uno se casa con la idea de que el matrimonio es para siempre, uno sí sabe que el matrimonio no es fácil y que vivir con una persona puede traer conflictos, pero realmente no lo sabes hasta que ya estás ahí y lo vives”.

A los dos años de matrimonio tienen a su primer hijo y a los siguientes dos al otro. “Como todas las relaciones, a los primeros cinco años está chido, pero los siguientes años, al séptimo, empezaron las crisis. Ella era muy celosa, sin razón. Luego me comencé a sentir solo y eso ocasionó que buscara en verdad a alguien, la comunicación empezó a fallar entre ambos”. Esto pasó antes del nacimiento del segundo hijo.

“Con nuestro primer hijo creímos que no batallaríamos nada, pero en el último trimestre de mi embarazo, mi esposo se quedó sin trabajo y yo ganando lo mínimo como maestra de escuela particular, sin ninguna prestación, se nos complicó todo, fue un periodo muy difícil. El amor mueve cualquier cosa, a pesar de todos los problemas”.

Con el nacimiento del segundo hijo siguen las infidelidades por parte de Antonio, lo que ocasiona una separación de tres años, cuando ellos tenían 30 y 31 años. “En aquel tiempo se quedaba hasta la madrugada ‘trabajando’, pero la intuición nunca falla. Con la última fue cuando decidí terminar con mi matrimonio porque fue cuando él me dijo que ya no me quería, que se iba a ir con la otra, como que me estremecí por dentro {…} y sí, inicié el proceso de divorcio porque mi segundo hijo apenas tenía unos seis meses de nacido”.

“Hubo demanda de divorcio y cuando estábamos a punto de firmar, decidimos volver, por los hijos, por la historia que teníamos, finalmente no había ido con la otra persona”.

El regreso, –¿cómo fue?– “Cuando volvimos para mí fue realmente borrón y cuenta nueva, olvidé, no quise seguir cargando con el pasado”, dice Lucía. “Mi esposo comenzó hacer me comentarios: –¿no te gustaría estar con alguien más?–, pensaba que era parte de la dinámica sexual, no sabía si lo decía en serio”.

“Cuando volvimos tuvimos tres años muy buenos, hasta que un día, estando yo viendo televisión veo un mensaje en el celular de Lucía”, comenta Antonio. Ahora ella le estaba siendo infiel y él se dio cuenta. “Me metí en su Facebook y me di cuenta que tenía un novio”, de nuevo se separaron, ahora solo por dos días. “Reflexioné, me dije –también me he portado mal–”. Luego decide hablar con ella, acuerda que puede salir con su amigo, “puedes hacerlo, yo te amo, si quieres hacerlo, de todos modos aquí estaré yo, si quieres hacerlo adelante. Creo que ese fue el primer paso para tener un matrimonio abierto”.

Aceptó, sin embargo, ella no quería que Antonio saliera con otras personas. “A los seis meses, ella me propuso que tuviera un trío con ella y una amiga (ella era swinger), me tardé en contestar, pero acepté”. Lucía primero hizo un arreglo para hacer un trío con su amiga y su novio, para después hacer lo mismo con su esposo, “finalmente nos reunimos los cuatro y así empezó nuestra experiencia como swingers”.

Ellos no pertenecían a ninguna comunidad de swingers, con las redes sociales comenzamos a integrarnos a estos grupos. “Nos dio curiosidad y fuimos a una reunión de swingers”.

“Al principio cometimos el error de no tener reglas. Para que un matrimonio swinger funcione hay que tener acuerdos y respetarlos. Yo, por ejemplo, no sabía que ella al principio no quería repetir con alguna pareja, entonces cuando salimos con la primera pareja, yo arreglo un segundo encuentro y ella se enojó”. Después fueron flexibilizando las reglas para seguir siendo swingers.

“Tratamos de que los niños no se den cuenta de nada de esto cuando salimos, y tratamos de llevar una relación lo más normal posible”.

Comenta Lucía: “la clave es no engancharse con las personas con las que hemos estado, esa también es una regla, verlo como una experiencia más y hasta ahí. También hemos hablado de tener alguna relación extra, digamos como un novio o una novia, pero la verdad no, nuestro compromiso es con nosotros, nuestro matrimonio y familia”.

La intimidad en casa sigue normal, “incluso cuando empezamos como swingers empezó a ser más intensa”. Era un sentimiento de “complicidad y aventura”, así lo describe Antonio.

Además de las fiestas swingers, se han dado encuentros individuales con otras personas, algo que ya no representa un problema para ellos, “quedamos en el acuerdo de que lo teníamos que compartir”.

–¿Y el amor?– “creo que sí hay amor entre los dos. Por ejemplo, en las discusiones nunca nos ofendemos, creo que eso amortigua los conflictos, tratamos siempre de tener un punto medio. La comunicación mejoró”, asevera Antonio.

En cuanto a los acuerdos económicos y sobre la paternidad y maternidad, las reglas son similares, aseguran que se rigen como un equipo. “He tratado de ser buen padre, buen esposo, mi compromiso y también el de ella están en casa”.

Ahora sus hijos tienen 11 y 13 años, mientras ellos tienen 38 y 39 años. “Cuando tuvimos las crisis del divorcio, ellos no se dieron cuenta que estuvimos separados, ni peleamos en frente de ellos”.

Vemos el matrimonio como “hasta que la muerte nos separe”. Sobre el lado swinger, “ya estamos pensando incluso en dejarlo. Hay un tiempo de caducidad, va llegar el momento en que esta aventura se va a acabar, queremos tener la convicción de algún día va a parar. No nos vemos a los 60 años haciendo esto”.

Agrega ella, que “es parte del experimentar {…} En un futuro, después de esto, seguiremos juntos, ya maduros, disfrutando de nuestra compañía, cuidando uno del otro y amándonos cada vez más”.

El origen del: sí quiero

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El concepto de matrimonio es una tradición que proviene del Imperio Romano, se le llamó: matrimonium y estaba estipulado en la ley. La cultura cristiana lo adoptó. Este pacto daba derecho a una mujer de ser la esposa y madre “legítima” de los hijos de un hombre y el derecho a heredar (para ella o sus hijos) los bienes del esposo. Más o menos sigue siendo bajo las mismas bases, pero no en todas las culturas.

En nuestro continente predomina la monogamia (2 personas en un matrimonio), sin embargo, en 58 países, como India, Malawi, Uganda, Afganistán, Argelia, Bangladesh, Congo, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, entre otros, el matrimonio poligámico (varias parejas para un hombre), aún está vigente. Esta unión de cónyuges sin restricción es algo penado en México, el artículo 279 del Código Penal sanciona con hasta cinco años de prisión o multas “al que, estando unido con una persona en matrimonio no disuelto ni declarado nulo, contraiga otro matrimonio con las formalidades legales”, en pocas palabras, es ilegal.

El matrimonio en cifras

En México, en 2020, hubo 707 mil 422 matrimonios, cifra que comenzó a disminuir considerablemente en 2013, cuando se registraron 583 mil 264, mientras que en 2022, el dato más reciente del Inegi, hubo 507 mil 052. La pandemia redujo a 335 mil 563 los enlaces civiles en el país.

En 2022, los mexicanos se casaron en una edad promedio de 31 años (mujeres) y 34 años (hombres). En el caso de las parejas del mismo sexo, la edad promedio fue de 35 (mujeres) y 37 (hombres). Ese mismo año, fueron 501 mil 223 parejas heterosexuales las que se casaron y 5 mil 829 parejas de la comunidad LGBT+.

Diciembre y febrero son los meses en que más matrimonios se llevaron a cabo en el país, 10.9 por ciento, en ambos casos.

¿Fueron felices para siempre? Bueno, en 2022, por cada 100 matrimonios ocurrieron 33 divorcios, una cifra que tiende a crecer.

En Chihuahua, el matrimonio civil mantiene una cifra considerable, por ejemplo, 5 mil 058 parejas decidieron casarse en las bodas colectivas de 2023, y este año se espera otra cantidad similar. En cuanto al número de matrimonios en el estado, en 2022 el Inegi reportó un total de 16 mil 251 enlaces, de estos, 16 mil 047 fueron heterosexuales, 87 fueron de personas del mismo sexo (hombres) y 117 del mismo sexo (mujeres). La Estadística de Matrimonios (EMAT) de 2023 se dará a conocer en septiembre de este año.

En Ciudad Juárez, la región más poblada e importante del estado, se registraron 5 mil 036 matrimonios en ese año, la edad promedio de los contrayentes fue de 33 años, 34 (hombres) y 32 (mujeres).

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