Cerca del cerro y del antiguo panteón Tepeyac, en un llano despoblado, se colocó en 1954 la primera piedra para que niñas y niños juarenses tuvieran un hogar, una familia, seguridad, comida, educación, cuidados y amor. De una casita surgieron otras, también una escuela, mucha gente se sumó para apoyar, pronto este lugar creció en medio del desierto, se le llamó La Ciudad del Niño.
De la historia de esta pequeña ciudad, muchos de sus habitantes ya son adultos mayores, algunos son profesionistas, doctores, abogados, otros decidieron ser choferes, panaderos, comerciantes, enfermeras, cocineros, maestras, algunos menos afortunados, no volvieron. La mayoría coincide en recordar a su casita con cariño, como un hogar en donde fueron muy felices.
Para que esta pequeña gran ciudad fuera posible se conjugaron la visión de un hombre cuyo propósito y compromiso social estaban orientados por su fe, el monseñor Baudelio Pelayo. Él inspiró y fundó una congregación de mujeres que vendría a construir un legado en común: evitar el desamparo de los más vulnerables.
Haciendo comunidad
Al monseñor Pelayo, de manera modesta esta frontera le dio el nombre de una calle frente a la Misión de San Antonio de Senecú (obra de los Franciscanos en 1662), a un costado del asilo de ancianos que él también fundó en 1940.
El sacerdote jalisciense llegó a Ciudad Juárez en 1937, estuvo a cargo de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, pero muy pronto se dio cuenta de todas las necesidades que había en la frontera, por ello emprendió varias obras: dos orfanatos, el asilo de ancianos y también la Congregación Hermanas Misioneras de María Dolorosa.
En el marco de la Segunda Guerra Mundial, las condiciones eran precarias. “Había mucha hambre, pobreza y orfandad. Él ve a ancianos y niños deambulando en la ciudad y piensa en cómo ayudar”, comparte Carolina Quezada, secretaria de la Asociación Civil del internado. La hermana lleva 54 años siendo parte de la congregación.
Ella recuerda cómo el Orfanato de Guadalupe, ubicado en las calles Santos Degollado y Francisco Sarabia, era también la sede de su congregación, pero se tuvo que vender para poder empezar con la construcción de la Ciudad del Niño. “Aunque fue nuestra primera casa como congregación, era por el bien de los niños y también para que estuvieran juntos los hermanitos, porque los niños estaban aquí y las niñas allá”.
La hermana Carolina comenta cómo el monseñor se fue apoyando de las personas con oficios para dar instrucción a los niños, “se auxilió de un herrero, un carpintero, un panadero para enseñar a los niños oficios y pensó también en construir una escuela”.
La hermana recuerda una imagen de 1954 del padre Pelayo sentado en el terreno desolado con un niño, así empieza la obra, con un solo edificio (el gimnasio) dividido en dos partes, después construyeron la primera casita. “Yo veo un caminar, un camino que hemos ido recorriendo de aquellos niños que hemos ido recibiendo”, dice la hermana.
“El proyecto fue creciendo y las familias se fueron sumando, donaban por ejemplo la construcción de una casita… así es como logra conformar lo que hoy es la Ciudad del Niño”, comenta la hermana Rosa Neri Escobar Chirino, directora del lugar.
Para comprender mejor este sitio basta con entrar y observar las casitas, el gimnasio, la cocina, las canchas, la escuela, el preescolar, todo esto lo hacen una mini ciudad. Tiene lo necesario para que los menores vayan a la escuela y vuelvan a esos hogares cálidos, ordenados, con lo necesario para tener una convivencia familiar, algo que muchos de ellos no tienen fuera de esta ciudad.
El modelo de este orfanato es único, les permite a los menores estar de lunes a viernes en las instalaciones e ir el fin de semana con parientes, excepto en los casos en donde no tienen familia.
En la casita tienen los cuidados, la disciplina, los valores de un núcleo amoroso que los apoya. Durante muchos años las hermanas atendían cada una de las casitas como madres, eran la cabeza del hogar, esto se ha ido adaptando a los tiempos.
Hermanas y madres
El trabajo y la vida de muchas mujeres ha permanecido en silencio detrás de la gran barda que resguarda a este lugar. La directora y la hermana comparten aquellos tiempos en que las 14 casitas estaban ocupadas y la escuela llena. Ahora la ciudad trata de adaptarse al tiempo y necesidades de los menores vulnerables, la pandemia por covid afectó mucho las operaciones.
En este lugar se reciben para el internado a niños y niñas de familias que enfrentan problemas de violencia, carencia, desintegración y otros factores hostiles en su entorno, que no les permiten su desarrollo óptimo, aquí reciben las puertas abiertas de un hogar, eso incluye a sus hermanos o hermanas menores de edad. Las misioneras buscan cambios para ofrecer una mejor atención integral a estos casos. La hermana Neri comparte, que buscan que los menores puedan salir y tener las herramientas necesarias para vincularse mejor con el entorno, pero también puedan volver por orientación en caso de que se les presenten obstáculos mayores afuera.
El sistema casitas está diseñado para que este lugar no sea como internado convencional, las casitas son un hogar, una escuela y una familia. Pero ¿qué pasa al salir?, ese es el reto que llevan años analizando las hermanas, ¿cómo ayudarlos a no perder el camino de los valores que inculcan?
La institución ha estado trabajando constantemente para formar un equipo multidisciplinario debido a las necesidades, comparte la directora. “Ya las religiosas no atienden directamente a los niños, pero sí estamos al pendiente de la formación de ellos, del cuidado y disciplina para que siga ese carisma. Esa formación se le va dando a las cuidadoras”.
Con el personal remunerado de acuerdo con la ley, la dinámica del internado ha ido adaptando su estructura, también los gastos operativos han ido creciendo.
“El sistema de casitas es el que aún tenemos, sin embargo, la sociedad ha cambiado y hay más exigencias. Lo primero fue hacer una asociación civil para recabar fondos de una manera más amplia”.
Vidas salvadas y tragedias
“Hemos tenido muchos logros, en que la mayoría de ellos han salido adelante, y tienen profesión, trabajo, son honestos... sin dejar a un lado, también las cosas que no han resultado, porque no siguieron el camino correcto, hay personas que no lograron tener una adaptación adecuada para poder salir”, dice la hermana Neri.
Estas mujeres ejercen una maternidad distinta a la biológica, pero no menos importante. La hermana Carolina se integró a la congregación a los 19 años y tiene un sinfín de anécdotas de sus “hijos” e “hijas” y comparte cómo su vida tomó sentido para ella con esta labor. Recuerda una ocasión que salió a comer a un restaurante y al momento de pagar la cuenta, el mesero le dijo que no le podía cobrar, su jefe le dijo: “¿cómo le voy a cobrar a la mujer que me dio de comer durante tantos años?”, era uno de sus “hijos”.
En otras ocasiones especiales, una de sus “hijas” le llamó, quería que supiera que su pequeña se llamaría Carolina, en su honor, por ser ella su única figura maternal. Así como historias alegres también recuerda aquellas que le causaron gran dolor, uno que también las madres pueden entender.
La hermana Carolina solía cuidar a Ángel, un pequeño de 6 años, que como era costumbre, los viernes, se iría para regresar el domingo. Pero ese día en particular él no se quería ir, “estaba juegue y juegue”, finalmente se lo llevan. “Me hablaron como a las 5:00 de la mañana, su casa se había quemado {…}”. Ángel Ramírez no volvió, su hermana, con quemaduras en el cuerpo, estuvo bajo el cuidado de la hermana Carolina por mucho tiempo. Años después, ella le escribió y le dijo que le quería presentar a su pequeño Ángel, ahora ella era madre.
“Es algo que te marca, te hace sentir lo que es tenerlos… ahí tengo su foto. Son situaciones… ese niño fue feliz, se iba feliz los viernes y regresaba feliz el domingo. Es nuestra vida y es a lo que nos hemos sentido llamadas”.
La directora Neri tiene otro compendio de historias, choferes, doctoras… un productor nogalero que ofrece su primera cosecha al internado, como retribución a su bonita infancia ahí.
Hace unos días, menciona la directora, las visitó un hombre de unos 74 o 75 años, llegó en bicicleta, “empezó a ver todo y me dijo: madre traigo un pequeño donativo porque esta es mi casa, la recuerdo con mucho cariño, yo aquí estuve, fui uno de los primeros, no existía la colonia, era un cerro pelón”. El señor Mario Pérez Machado le dijo también: “fueron mis años más felices, los que yo viví aquí y estoy muy agradecido”.
Probablemente sean más de 3 mil los hijos y las hijas de esta ciudad, no hay un censo preciso, pero de lo que están seguras las misioneras es de que su entrega no ha sido en vano, una con casi 60 años de servicio y la directora con 29, son vidas enteras que se han sumado, que han sido parte de la congregación, unas cinco hermanas siguen en la ciudad.
Educación y valores
Las instalaciones cuentan con servicio de preescolar y primaria, por ahora solo la educación primaria sigue activa, la afectación por la pandemia ha sido fuerte y la falta de alumnado.
El abrir las puertas a menores externos al internado ha permitido que los gastos del Colegio Guadalupe (la escuela de la ciudad) pueda seguir funcionando con la calidad que le caracteriza.
Hay familias que llevan a sus hijos de generación en generación, cuentan las hermanas.
El profesor Pedro Valdez García lleva 25 años dando clases en este colegio, comenzó dando clases a los 17. “El director Manuel González Flores (qepd) fue el que me dio la oportunidad y a partir de ahí, eché raíz y me quedé”.
Para el maestro los tiempos han cambiado, ahora son grupos con dos grados de unos veintitantos alumnos, antes eran de más de 30 por grado. La educación que se ofrece es muy personalizada y cuenta con el apoyo de la Fundación del Empresariado Chihuahuense (Fechac), que por medio del programa ADN permite que los menores puedan acceder al horario extendido, es decir, de 2:00 p.m. a 5:00 p.m. reciben talleres especiales para tener un desarrollo integral.
“Lo importante aquí son los niños, he tenido la oportunidad de estar en otras escuelas, pero aquí los niños que están en este internado y en este colegio tienen algo especial”.
Para el profesor es una experiencia muy valiosa, comenta: “siento que mi labor de docente en algún otro lugar estaría siendo buena, pero aquí es un poco más, es ayudar a los niños”.
“Los que no conocen, que se acerquen, ojalá así como cuando yo llegué se enamoren de la institución y se queden aquí para educar a sus hijos”.
Un futuro juntos
“Estamos en un proceso de discernimiento, estamos viendo cómo la ciudad puede irse adaptando a las necesidades actuales, porque son muchos los retos ahora, no solo los económicos, los de valores, de educación, sobre la violencia, la paz, muchísimas cosas”, comparte la directora.
Las hermanas esperan que se puedan formar grupos multidisciplinarios y de voluntarios, para hacer crecer el equipo de atención para los menores. “Necesitamos de ingenieros, licenciados, contadores, administradores, trabajo social, enfermería, doctoras, la profesión que tengan, lo importante es que necesitamos el apoyo de todos para seguir adelante”.
La hermana Carolina no pierde su confianza, “tenemos mucha esperanza de que muchos niños sean favorecidos, en esta etapa que estamos viviendo, con estos cambios tan duros, tan tristes en las familias, esperamos que los niños puedan recibir una atención”.
Ellas coinciden que la ciudad permanece por providencia y también por el cariño de la gente de Ciudad Juarez y El Paso, esperan así sea por muchos años más.