Servicio y dedicación, así es la vida de una gobernadora rarámuri
Foto: Dinorah Gutiérrez

Vivir en la Sierra de Chihuahua representa todo un reto. En medio del bosque, en zonas con bellísimos paisajes, verdes cuando no hay sequía, o pardos, cuando los incendios forestales se llevan todo a su paso.

Este año no ha sido sencillo para quienes ahí habitan. Si bien las lluvias de verano ayudaron a mitigar los efectos de la falta prolongada (más de dos años continuos) de humedad para los cultivos de maíz y frijol, base de la alimentación en comunidades indígenas, ha obligado a la población a buscar nuevas formas para la supervivencia con lo poco que la tierra puede dar en condiciones adversas.

En Tónachi, población con menos de 200 habitantes, ubicada a unos 75 kilómetros al suroeste del municipio de Guachochi, encontramos algunas estampas que muestran el rostro de quienes viven en el corazón de la Sierra Tarahumara, cerca de los lugares usualmente visitados por el turismo, pero muy lejos de las comodidades y el desarrollo de la vida moderna.

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Vivir de la naturaleza

Nos recibe Elva Bustillos, la gobernadora de orígenes rarámuri que representa a su comunidad, defiende los derechos de los habitantes de Tónachi y se las arregla para atender además a su familia, vecinos y toda aquella persona que se acerca a pedirle ayuda.

“Pos´ aquí en Tónachi se vive muy a gusto. Estamos en un lugar que tenemos todo, agua, pinos, encinos, vivimos como quien dice como reinas aquí…”, explica Elva, mientras conversamos con ella teniendo como escenario una pequeña y hermosa cascada natural, orgullo de quienes habitan la región.

Elva, por supuesto, habla desde su cosmovisión como indígena rarámuri. Habla de la naturaleza y de sus bondades. De ese tipo de riqueza del que nos hemos olvidado o damos por hecho en las zonas urbanas.

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Dinorah Gutiérrez

Sin embargo, casi al terminar la frase de orgullo por su tierra, Elva subraya: “lo que nos haría falta es una fuente de trabajo. Es un poco difícil vivir donde no hay trabajo. Que no tengamos de dónde sacar dinero para comprar el alimento. Ahorita estamos viviendo pos… un poquito mal. Hay algunas personas que no levantamos maíz el año pasado. Luego el granizo nos arruinó nuestra siembra… el frijol… pos todo lo que sembramos… calabaza, hortaliza, todo lo que sembramos no levantamos nada pa´ comer y ahorita estamos viviendo con un poco de hambre…”.

La gobernadora rarámuri explica que sí hay algunas personas que logran juntar dinero de la venta de sus animales de granja o de la venta de “quelititos”, como ella les llama a los quelites, plantas silvestres comestibles que crecen cerca de los arroyos.

El producto de la venta de “chivitas”, “gallinitas”, les ayuda a comprar apenas lo esencial: frijol, manteca, sal (no mucha, dice) y maíz. Pero la mayoría de quienes habitan esta comunidad no dispone de vehículos motorizados para trasladarse a las poblaciones más grandes como la cabecera municipal Guachochi para vender sus productos, así que deben emprender largas caminatas bajo el sol hasta llegar a alguna comunidad donde buscar provisiones básicas.

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Para Elva como gobernadora indígena, cargo para el que fue nombrada por un segundo periodo de dos años más, la falta de alimentos es una preocupación latente:

“No sé cómo le están haciendo algunas personas que no están trabajando ahorita, pero yo trato de ayudarles a lo que me piden, apoyo, voy y veo cómo la están pasando para ir a buscar apoyos con la Presidencia o así donde se pueda. No me quedo quieta pues, no me espero a ver cómo le hace pa´ comer aquí la gente, porque eso está mal. Hay que ayudarse todos aquí, pa´ eso estamos…”.

También hay personas a quienes les afectó el granizo y sus techos de lámina están severamente dañados. Elva dice que algunas veces les ayudan las autoridades, pero no alcanza tampoco para ayudarle a todos, así que deben “arreglárselas” como puedan para reparar los techos de sus casitas, muchas de ellas pequeñas chozas de adobe y madera.

Mujer de tradiciones

Pero a Elva no le preocupa solo la supervivencia por falta de alimentos para su gente o los techos de sus viviendas, también está preocupada porque se están perdiendo las tradiciones como el uso de ropa tradicional o cocinar a fuego directo.

“Yo veo que ya aquí las niñas ya no se quieren poner vestidos, las faldas que nos hacían nuestras mamás antes, porque todo se cosía a mano y así nos hacían la ropa. Yo nunca usé pantalones, pero veo que ahora sí las mamás ya les ponen también pantalones a las niñas y ya las traen así, pero a mí no me gusta eso”, explica la gobernadora.
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Elva defiende también la educación de los valores desde la casa. Asegura que los niños y niñas aprenden todo lo que ven con sus familias y luego en su vida adulta, viven y hacen lo que vieron hacer a sus padres y madres:

“Yo les digo que cuiden a sus hijos, que les enseñen que es bueno respetar lo de los otros, que cuiden a sus hijos, que no los dejen andar ahí nomás viendo a ver qué agarran. Yo cuando veo que mijo anda ahí que se va a sacar pescado, y voy a ver si anda sacando el pescado. Ya cuando veo que sí, pues me voy tranquila. Yo le digo: m´hijo si tiene hambre po´s pida, si ve ahí una manzana o algo que comer no la agarre, usté pida y no tome lo que no es suyo…”.

Las raíces de Tónachi

Para la gobernadora indígena de Tónachi, vivir aquí sigue siendo la mejor opción para ella y su familia. Reitera que tiene un compromiso con su gente para darles el “nahuésare”, la reunión dominical que tradicionalmente se emplea para escuchar consejos y planteamientos en comunidad. Ella brinda sus consejos como gobernadora, pero también como madre, hija, esposa y mujer de trabajo que sigue y cuida la cultura de su pueblo.

“Tengo una sobrina que vive en Juárez y a cada rato me dice: no´mbre tía qué hace allá (en Tónachi) si no hay trabajo, ni nada cómo vivir. Mejor véngase a la ciudad, aquí sí hay trabajo. Pero yo le digo que no, a mí no me gusta la ciudad. Ahí sí me muero de hambre, porque aquí no tengo que pagar nada. Tengo mi casita, mi tierrita y ahí saco mis chícharos, mis hortalizas, mis gallinitas… algo pues para comer e irla pasando…”, defiende Elva.
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“No tendré una fuente de trabajo fija, pero aquí tengo mis animalitos y no tengo que andar pidiendo para comer. A mí me gusta mucho vivir aquí a pesar de todo”, concluye.

Está segura de vivir en la tierra que les pertenece como cuidadores. No niega que vivir en la sierra no es tan fácil, pero para ella, al igual que para otras personas de las comunidades indígenas, es mejor estar en su propia casa que andar buscando dónde vivir en una ciudad ajena.

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