
En nuestro querido México donde los cargos públicos parecen premios de consolación más que reconocimientos al mérito, no debería sorprendernos que Hugo López-Gatell, al que algunos apodaron el doctor muerte, por su manejo pandémico al estilo “todo está bien hasta que no lo está”, haya sido designado representante de México ante la Organización Mundial de la Salud. Sí, esa misma OMS que recomendaba el uso de mascarillas mientras Gatell, con una pasmosa tranquilidad, decía que los cubrebocas servían para lo que servían y no servían para lo que no servían, en una frase que hasta el mismo Mario Moreno Cantinflas le envidiaría si estuviera con vida. El mundo da vueltas, pero en México algunos parecen tener boletos de primera fila para la ruleta de la impunidad.
La presidenta Claudia Sheinbaum, en un arranque de sinceridad que por momentos recordó al estilo campechano de su antecesor, declaró: “Yo lo nombré, sin problema lo puedo decir”. Y vaya que lo dijo sin problema, como si se tratara de una muy buena decisión. Porque claro, ¿qué puede salir mal al enviar a un hombre que minimizó una pandemia global a representar al país justo en la institución que intentó, con más o menos buenos resultados, coordinar la respuesta global a esa misma crisis?
Recordemos que Gatell no solo autorizó al anterior presidente que promoviera los abrazos, besos y que la gente siguiera saliendo en pleno apogeo del virus, sino que llegó al clímax retórico de asegurar que el entonces presidente López Obrador no se podía contagiar porque su fuerza era “moral y no de contagio”. Una declaración que, de no haber costado vidas, merecería estar bordada en oro sobre la entrada de alguna oficina gubernamental como ejemplo de realismo mágico institucionalizado.
Ahora, como emisario de México ante la OMS, uno esperaría que Gatell llegue con propuestas innovadoras: quizás diplomáticos sin cubrebocas, reuniones sanitarias con escapularios benditos, o dando recomendaciones basadas en su “excelente” desempeño. Después de todo, si sobrevivimos a conferencias vespertinas llenas de cifras ambiguas, curvas aplanadas por decreto y explicaciones como aquella de que si consumimos menos luz nos baja el recibo de la CFE, ¿por qué no compartir ese estilo con el mundo?
Lo verdaderamente fascinante no es que Gatell haya sido nombrado. Eso, en nuestra trágica historia nacional, es casi predecible. Lo fascinante es la normalización del sinsentido. Que un personaje con semejante historial de errores comunicativos y decisiones cuestionables sea premiado con un cargo internacional nos habla menos de él y más de nosotros como sociedad. Nos hemos vuelto expertos en ver cómo los responsables ascienden como si la gravedad moral hubiera sido suspendida por decreto presidencial y no decimos nada y ahora con lo delicados que son algunos funcionarios, menos.
Al final del día, quizá la OMS no necesite otro epidemiólogo, sino un caso de estudio. Y con Gatell, México les está enviando uno que viene con presentación en PowerPoint, bibliografía selectiva y una buena dosis de supuesto carisma. Solo queda desearles suerte a los funcionarios de Ginebra: la van a necesitar.
Porque si algo nos enseñó la pandemia, es que aquí no se castiga el fracaso, se condecora. Y esa no es la idea…