La presidenta con “A”, Claudia Sheinbaum, nos ha regalado un par de reformas constitucionales que, entre lo opaco del anuncio, porque no da detalles, y la ambigüedad, buscan purificar la política nacional. ¿La meta? Erradicar el odiado nepotismo y cerrar la puerta a la reelección en todos los cargos de elección popular, salvo para... bueno, los que nos reservan el derecho a hacer excepciones, claro. Porque en el mundo de las reformas a la carta, la flexibilidad es básica.

En primer lugar, nos sorprendió con una propuesta que, en términos simples, suena como un abrazo a la moralidad, honradez, integridad, virtud, etc.: prohibir que los familiares directos sucedan a sus parientes en un cargo de elección popular. Lo bueno que no es retroactiva esa ley, de lo contrario, que nerviosos andarían, los López, Monreal, Alcalde Lujan, Taddei, Batres, Godoy, por solo mencionar unos cuantos. Un aplauso, por favor. Por fin alguien hace algo para frenar este fenómeno tan ajeno a nuestra realidad política. Pero, en su afán de erradicar la indecencia, Sheinbaum nos deja con una pequeña joya entre líneas. Según su interpretación, lo prohibido es la sucesión inmediata. Es decir, que, en teoría, Andrés Manuel López Beltrán, hijo del anterior presidente y muy poderoso secretario de organización en Morena, podría perfectamente lanzarse a la presidencia que esta a tan solo 5 años, por aquello de las precampañas y campañas, es decir enseguida de la actual mandataria, pues no es su familiar. ¿Cuál problema?, pregunto.

Es una jugada maestra: en un país donde el nepotismo florece como si fuera la base de la vida política, el anuncio tiene un aire de limpieza moral que rápidamente se empaña cuando entendemos que "prohibir la sucesión inmediata" es solo una forma elegante de decir "esperemos que todos olviden en qué familia nacieron los futuros presidentes". El nepotismo no se erradica con un par de palabras bonitas. Se necesita más que una frase para tapar las raíces profundas de esta tradición tan mexicana como la tortilla que, por cierto ya subió, pero no en términos reales.

Por otro lado, la reforma sobre la reelección parece tener un toque de nostalgia por los tiempos en que las promesas políticas eran tan creíbles como las predicciones del clima. En 2014, Peña Nieto nos convenció de que la reelección de diputados, alcaldes y otros representantes sería la panacea para combatir la corrupción y profesionalizar el sistema. Y, claro, tres doritos después, Sheinbaum decide que esta idea fue, en sus palabras, un "fracaso absoluto".

En este punto, es casi un acto de valentía reflexionar sobre cómo un sistema político que promete cambiar de arriba a abajo puede estar condenado a repetir las mismas prácticas que pretende erradicar. Es como si el Gobierno, en su afán por limpiar el polvo bajo la alfombra, terminara organizando la casa alrededor de la misma alfombra, con todos los mismos tiliches guardados ahí.

En resumen, todo esto parece más una operación de maquillaje que una cirugía profunda. La reestructuración y la promesa de erradicar los vicios del sistema se enfrenta a un obstáculo nada pequeño: la misma clase política que perpetúa esos vicios. La pregunta es: ¿estaremos dispuestos a seguir creyendo en reformas por encimita, o tendremos el valor de exigir una verdadera transformación, que no se quede en palabras bonitas, sino en hechos reales?, al menos esa debería ser la idea…

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