
La presidenta Claudia Sheinbaum ha dejado las cosas claras: México no será la piñata de nadie, mucho menos de los políticos estadounidenses. Y es que, según sus propias palabras, mientras allá lidian con tiroteos masivos, adicciones y políticos que parecen salidos de un reality show chafa, aquí podemos presumir valores, ética y desarrollo. Palabras mayores, dichas con serenidad presidencial y, quizá, un poco de optimismo estratégico, sin faltar la cabeza fría.
No deja de ser entrañable —por no decir revelador— que este discurso ocurriera en Campeche, donde su gobernadora Layda Sansores no es el mejor ejemplo que digamos de ética y valores, lo anterior durante el arranque del Programa Vivienda para el Bienestar. Un evento que, como muchos otros en nuestra historia reciente, mezcla políticas públicas con declaraciones que buscan elevar el espíritu nacional mientras de fondo suena el zumbido insistente de la ley de telecomunicaciones, ese inesperado protagonista de la libertad de expresión, sumado a la entrega de agua a los Estados Unidos para que los agricultores texanos puedan sobrellevar la sequía que padecen, aunque, de este lado, estemos igual o peor.
Y no es para menos. La comparación entre las crisis de allá y nuestras virtudes de acá es una fórmula probada del discurso político. Nada une más que un enemigo común o una comparación oportuna. Que si el fentanilo no nos ha invadido es gracias a nuestros valores familiares —dice la presidenta—, reconociendo que no se trata del resultado de políticas públicas bien aplicadas, mismas que no pasan de una simple campaña mediática, que, por cierto, ya concluyó, sino de la decisión del pueblo bueno y sabio que no sucumbe ante tal enervante.
La escena tiene su encanto: mientras Trump amenaza, nosotros recordamos con tono paternal que platicamos con él, y que todo estuvo muy civilizado.
Pero más allá del sarcasmo, el mensaje tiene su mérito. Es justo y necesario exigir respeto a México. Lo que resulta discutible es la facilidad con la que nos asumimos como ejemplo de ética global mientras aquí seguimos debatiendo si los megaproyectos del sur se salieron por mucho de lo presupuestado, si la refinería de Dos Bocas algún día comenzará a producir, si la justicia es pareja o sólo puntual cuando conviene, si el desfalco en Birmex y Segalmex, o si el desarrollo debe medirse por metros de tren construido a costa de la destrucción del entorno ecológico.
México no es una piñata, cierto. Aunque a veces lo parezca, sobre todo cuando se reparte a machetazos el presupuesto o se intenta sacar dulces de una promesa política hueca. Pero si vamos a presumir ética y valores, convendría empezar por encarnarlos aquí, en casa, en cada decisión pública, en cada política social, y no sólo en la oratoria electoral.
Así que sí, que hablen de su país los del norte, que ya bastante tienen. Pero que nosotros también hablemos del nuestro con la misma crudeza y compromiso. Porque la verdad es que seguimos padeciendo de un pésimo servicio de salud, pese a que con saliva nos quieren engañar con que somos como Dinamarca, además que la educación que le estamos dando a nuestros hijos, deja mucho que desear y eso, por mencionar solo un par de asuntos básicos, que, si seguimos callados, los que la van a pagar son las nuevas generaciones, eso sí es importante, lo de la piñata en forma de república mexicana, simplemente, no es la idea…