
No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla, a querer o no, guste o no, este domingo primero de junio será la elección del poder judicial donde la ciudadanía deberá elegir un total de 881 cargos en todo el país.
En esta tierra de contrastes, donde nos preocupa la inseguridad, pero nos fascinan los narcocorridos, hemos decidido innovar en algo verdaderamente delicado: la justicia. Porque, claro, si vamos a hacer un experimento de alto riesgo, mejor que sea con el Poder Judicial, total, ¿qué podría salir mal? Ahora resulta que elegir jueces en las urnas es la nueva moda democrática, como si nombrar magistrados fuera tan sencillo como enchílame otra: “con todo, menos imparcialidad, por favor”.
Este domingo, millones de mexicanos recibirán varias boletas con una muy larga lista de nombres que podrían ser igual de desconocidos que los ingredientes de un refresco de cola. Pero no se equivoque: esta no es una elección cualquiera. Se trata de definir quién decidirá sobre custodia de menores, pensiones alimenticias, abusos de autoridad, feminicidios o extradiciones. Eso sí, con el pequeño detalle de que muchos de los candidatos no tienen carrera judicial, algunos han defendido criminales célebres, y otros —por alguna razón misteriosa— aparecieron ahí tras un sorteo que ni en la rifa del avión presidencial se darían. Dicen que así combatimos el nepotismo. Y sí, efectivamente: ahora nadie conoce a nadie.
La idea, nos cuentan desde el oficialismo, es democratizar la justicia. Como si la justicia fuera la casa de los famosos y no una institución que necesita años de formación, ética inquebrantable y distancia del poder político. Pero aquí vamos a poner en manos de las redes sociales, de los instructivos clandestinos y del “voto informado” (guiado por acordeones más eficaces que los de la secundaria), la elección de quienes deberían ser los garantes de nuestros derechos. Porque si algo ha caracterizado a la política mexicana en los últimos años es esa extraña obsesión por disfrazar control con participación ciudadana. ¡Todos votan! Pero eso sí, los favoritos ya vienen marcados.
¿Y la legalidad del proceso apa? Bueno, las leyes se aprobaron con la velocidad de un meme viral, sin cambiarle ni una coma, sin atender impugnaciones ni respetar criterios de transparencia. Y por si hacía falta emoción, los votos no se contarán donde se emiten, sino en juntas distritales, mientras que las boletas sobrantes no se destruirán. ¿Injerencia del crimen organizado? Tampoco descartada. ¿Preocupación de nuestros socios comerciales? También. Pero no importa: vamos rumbo a la justicia con boleta en mano y ojos vendados (que, en este caso, no es una metáfora).
La gran singularidad es que, en nombre de una justicia más cercana al pueblo, podríamos estar enterrando la última posibilidad de que la ley nos defienda de los caprichos del poder. Porque lo más peligroso no es que haya candidatos cuestionables, sino que estemos normalizando un modelo donde el mérito y la independencia son obstáculos, no requisitos.
Así que hoy domingo, cuando llegue a la casilla de votación, piense en todo lo que está en juego. Y si no sabe por quién votar, no se preocupe: miles de mexicanos tampoco. Eso sí, al menos tenga claro que no está eligiendo a la reina del carnaval, sino al juez que tal vez un día defina su futuro. Por todo lo mencionado, elegir bien, es la idea…