Editorial
Foto: Net Noticias

Dicen, quienes lo han sentido, que no hay dolor más grande en el mundo que la muerte de un hijo, pues es un hecho contrario a la tendencia natural de la vida: por lógica, los padres se marchan primero.

Pero si la muerte es dolorosa, mucho más terrible es no saber si el hijo ha muerto o sigue vivo. Si, murió… ¿quién lo mató? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos? O si vive, en dónde se encuentra y qué sufrimientos lo aquejan.

Dicen que mata más la incertidumbre que el desengaño. Y en esa tremenda angustia los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa han vivido ya seis años de dolor, mentiras y sinsabores.

Mil veces han muerto y vuelto a morir con cada uno de sus hijos; no han cesado en su clamor de justicia, aunque solo reciban evasivas y verdades a medias, al final solo hay una pequeña luz en el centro del túnel y esa luz que los mueve es la esperanza.

Ayer, frente al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, estuvieron sobrios, en silencio escucharon todo el informe que se preparó con ese motivo.

María Martínez, en representación de todos los padres, reiteró: “así como se los llevaron vivos, así queremos que nos los entreguen”.

El presidente afirmó una vez más que se va a lograr la demanda de justicia, que habrá cero impunidad y que todos los que hayan participado en el hecho, y se demuestre, serán juzgados.

López Obrador pidió una disculpa por la gran injusticia que cometió el Estado Mexicano en contra de este grupo de ciudadanos.

Y seguimos con la esperanza…

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