Día Nacional de la Lucha Libre: El poder de la máscara
Foto: Net Noticias | Fotografía: Samuel Palacios / Edición: Náyade Cruz

A sus 15 años de trabajo, el mascarero Richy ha perdido la cuenta de las máscaras que ha fabricado. Solo se atreve a decir que miles, no se esfuerza en recordar un número. Imposible hacerlo con una trayectoria tan amplia, siempre cosiendo, haciendo puntadas y cortando los materiales en su local de la colonia Centro.

Ricardo Díaz es un amante de la Lucha Libre. Lo tiene en la sangre. Su padre fue Rodolfo Díaz, conocido como "El Costeño"; su tío, Julio Díaz, "El Olímpico" o "El Pedro Infante" de la Lucha Libre, ambos estrellas del ring de Ciudad Juárez en las décadas de los setenta y ochenta. No podía escapar de su destino: vivir de este híbrido entre deporte y espectáculo.

Inspirado en el "Huracán Ramírez" (Daniel García Arteaga), pensó en ser luchador profesional: “dos veces entrené, como a los 18 años. Lo supe todo, pero nunca debuté. Después a los 30 años me aloqué de nuevo, ya le había agarrado la onda, pero me fracturé dos costillas en el entrenamiento”. Ahí decidió parar.


"Después a los 30 años me aloqué de nuevo, ya le había agarrado la onda, pero me fracturé dos costillas en el entrenamiento"


La herramienta de trabajo de un luchador es su cuerpo. Lo tiene que acondicionar, alimentarlo correctamente, darle descanso e intervenir en él cuando los golpes lo han vencido. “El acondicionamiento físico es lo más canijo. Te dan mucha carrilla para agarrar condición, peso para cargar a los luchadores. El cuerpo se pone correoso. Lo de las maromas, las llaves, los golpes, con la práctica”, dice Ricardo.

Pero su relación con la Lucha Libre no terminaría ahí, aun le quedaba mucho por demostrar y confeccionar su propia historia. La demandante vida de luchador se le había negado, aun con los antecedentes familiares, pero supo sacar provecho de su conocimiento y creatividad para aplicarlo a otro fascinante oficio: mascarero.

Richy aprendió a coser con ayuda de su hermano. Él había empezado a confeccionar sus propias máscaras y pronto se convirtió en un oficio del que el juarense haría su propia trayectoria. Las primeras piezas eran muy diferentes a los trabajos que hoy presumen en su local de la calle Joaquín Terrazas. A prueba y error, encontró su estilo.

“Estaban todas chuecas… batallé mucho. No sabía uno de telas y no ajustaban. No sabía para qué lado estirar, no embonaban bien. Las primeras máscaras eran feas, estaban mal cosidas. Pero con el tiempo uno se va superando e investiga sobre moldes, buenos materiales, hacer buenas puntadas”, cuenta Richy.

Y confiesa: una de las formas más fáciles de descubrir cómo está hecha una máscara y sus detalles es comprar una y descoserla, así también se pueden obtener los moldes y algunas medidas para las futuras creaciones. No duda en hablar de esa acción, pues asegura que muchos mascareros lo hacen para mejorar su trabajo.

La Maravilla Enmascarada

La Lucha Libre mexicana no se puede entender sin la máscara. Sus diseños, colores y texturas causan fascinación a chicos y grandes; es uno de los principales suvenires de los visitantes extranjeros; las formas de las máscaras están en carteles, playeras, murales y como elementos de decoración en las viviendas de los aficionados.

El uso de la máscara se remonta a los años treinta cuando Salvador Lutteroth, uno de los promotores más importantes y considerado el padre de la Lucha Libre mexicana, trajo a un luchador estadunidense para que peleara en México, su nombre era Corbin James Massey, pero debutó en México como "Ciclón MacKey".

La primera aparición de Corbin James fue para el olvido. Volvió más tarde a la arena mexicana, pero no quería que lo reconocieran. ¿Cómo solucionar ese gran problema? La respuesta que cambió la historia de la Lucha Libre fue usar una máscara.

Aquella primera creación no se parecía en nada a las máscaras modernas, era más bien una especie de antifaz que podía caerse en cualquier momento, por lo que se hicieron mejoras, y el responsable de ellas fue el maestro Antonio Torres, quien fabricaba calzado para los luchadores. Don Antonio se encargó de hacer 17 medidas de la cabeza para confeccionar una máscara. Los valores aún se mantienen como el estándar para las piezas. Corbin James Massey, ahora con su identidad oculta, saltó al ring como "La Maravilla Enmascarada".

A partir de ahí, el uso de la máscara se popularizó entre luchadores, lo que permitió una diversificación de sus diseños, colores y materiales. Las máscaras dan identidad no solo al luchador, sino a los aficionados e incluso a un país completo. Es un elemento importantísimo de la cultura mexicana.

‘Es como una doble vida’

Para Richy, confeccionar una máscara es una tarea artesanal. Sus manos gruesas, duras, llenas de marcas dan cuenta del proceso al que ha dedicado gran parte de su vida y del que ha obtenido muchas satisfacciones.

Dice que una máscara otorga poderes a quien la porta, pero no poderes sobrenaturales, sino de personalidad, cambia el comportamiento de los luchadores, los anima a hacer cosas que regularmente no harían, se meten con el público, retan a los oponentes y se lucen arriba del ring. Duda de que sin ella los luchadores se desenvuelvan de la misma forma.

“Se transforman al ponerse la máscara {…} al bajar del ring son otras personas. Es como una doble vida. La máscara les da poder, porque puedes hacer cosas diferentes. Yo conozco a muchos que son totalmente distintos a como son en el ring a como son en persona”, explica Ricardo.

Parte de su trabajo como mascarero es crear nuevos personajes, dar identidad a los deportistas que comienzan su camino en la Lucha Libre y que buscan destacar entre las cuerdas, llaves y lanzamientos. Para ello, Ricardo sugiere qué diseño es mejor para el personaje, los colores y materiales. Incluso da tips sobre cómo debe comportarse el luchador, interactuar con el público o qué movimientos hacer.

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Parte de su trabajo como mascarero es crear nuevos personajes, dar identidad a los deportistas que comienzan su camino en la Lucha Libre y que buscan destacar entre las cuerdas, llaves y lanzamientos.

Fotografía: Samuel Palacios

Diseñar al luchador

“Le diseñamos su máscara, su traje; le damos unos tips de nombre, cómo reaccionar arriba del ring, si va a ser rudo o técnico. Los luchadores van creciendo y siguen aplicando los consejos, otros no, pero es muy satisfactorio ver gente que empezó conmigo y que están pegando muy suave”, dice el mascarero.

El trabajo de Richy es equiparable al de un entrenador. En su caso, él da forma a la máscara y vestuario con la que el público identificará al luchador. También sugiere nombres y movimientos que vayan acorde. El éxito del peleador depende mucho de eso también, su aspecto, su personalidad y los elementos con los que es recordado.

Reconoce que algunas propuestas que le entregan los luchadores son malas y hay que hacer cambios. Aunque en algunas ocasiones realiza el trabajo tal cual fue solicitado. Mantiene su máxima de que al cliente lo que pida, aunque el resultado no sea del agrado del creador. La pieza se entrega en el tiempo acordado.

Ricardo Díaz está consciente que en el mundo de la Lucha Libre todo está hecho. Con tantas décadas de historia, es casi imposible no encontrar coincidencias en algunos diseños de máscaras, pero su trabajo se distingue por la originalidad y en cada encargo pone una gran carga de creatividad.

“No le puedes poner una rayita porque te van a decir: –es la de fulano, se parece a la de zutano–. Tenemos que buscar el modo de que no se vean parecidas. Es complicado diseñar”. Cuando las similitudes son marcadas, se hacen cambios en el diseño o se investiga quién creó la máscara primero. En la Lucha Libre amateur es más sencillo resolver esas discrepancias.

Para elaborar la máscara de un luchador reconocido: El Santo, Blue Demon, Matemático, Dr. Wagner, Richy tarda unas tres horas en el proceso, desde cortar, coser y poner los detalles. El uso de moldes facilita el trabajo. En casos en los que tiene que diseñar o poner muchos elementos, puede tardar ocho horas, pero las distribuye en diferentes días para aligerar la carga.

Los materiales para fabricar las piezas los trae de Guanajuato, Guadalajara o Ciudad de México, aunque también utiliza insumos que encuentra en Juárez. También manda pedir materiales en Estados Unidos. Tiene los contactos para obtener todo tipo de pieles, telas, hilos, cordones, plastificados, esponjas y brillantes.

“Todo ha subido”, dice el mascarero, y por lo tanto también el costo de las máscaras que hace. La pieza más barata ronda los 600 pesos y de ahí para arriba dependiendo de los materiales, detalles y si se trata de un diseño original. En su local, el Richy también oferta las llamadas “máscaras chilangas”, piezas de menor calidad que revende y que son una opción para los aficionados de ocasión. El precio es de 300 pesos.

El Richy puede presumir que ha elaborado alguna máscara para "Cinta de Oro", "Rocky Star", "Flama Roja", "Serpiente Blanca" y "Pagano". Cuando José Pacheco perdió la máscara, continuó trabajando con él con la confección de mallas. También gracias al luchador juarense, Díaz pudo confeccionar algunas piezas para el "Vampiro Canadiense".

La lucha a través del ring

Ricardo da su opinión sobre el estado de la Lucha Libre en México: “la lucha ha evolucionado, también los fanáticos. Cada uno ve lo que más le agrada”. Los fanáticos de antaño, dice, prefieren una buena llave, un buen tope en el ring. El público de ahora, continúa, prefiere los lances espectaculares y las golpizas que dejan a los peleadores moribundos.

“La lucha de ahora casi no me gusta, es muy vistosa, muchas luces, las máscaras muy exageradas. Pero a veces uno quiere ver una llave, un buen tope y no hay”, acepta el mascarero que siente nostalgia por las arenas de los setenta, ochenta y noventa en Ciudad Juárez, cuando era una de las mejores plazas de México.

Asegura que el mundo de la fabricación de máscaras se está saturando. Hay costureros por todas partes y obtener encargos cada vez es más difícil, pero su amplia trayectoria le da ventaja y las recomendaciones de luchadores de antiguas y nuevas generaciones le valen para que cada día abra su local.

“Mientras la Lucha Libre exista, va a haber gente que quiera una máscara”, dice con entusiasmo. Y la clave para que el deporte espectáculo se mantenga vivo, considera Richy, es que niñas y niños acudan a las arenas, que se asombren con los lances y elijan a su personaje favorito, así todos los que están en el mundo de la lucha tendrán trabajo: “los mascareros, los que hacen los monos, los que hacen las revistas, quienes les dan cobertura. No creo que la Lucha Libre muera”.

"Los mascareros, los que hacen los monos, los que hacen las revistas, quienes les dan cobertura. No creo que la Lucha Libre muera".

De voz golpeada, ojos brillantes y piel curtida, El Richy aguarda todos los días detrás de la máquina de coser. Pocas veces está contra las cuerdas, sabe moverse, lanzarse y poner sus problemas contra la lona. Espera la cuenta final y levanta los brazos victoriosos. Una pelea más ganada, una nueva máscara a su historia.

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