Ciudad de México.- El 13 de agosto de 1521 marca un hito crucial en la historia de México y del mundo. En esta fecha, Hernán Cortés, al mando de un reducido grupo de conquistadores españoles y con el apoyo de una coalición de pueblos indígenas, logró la caída de Tenochtitlán, la capital del poderoso Imperio Azteca. Este evento no solo significó el fin de un imperio, sino también el inicio de una nueva era en el continente americano.
La llegada de Cortés a las costas mexicanas en 1519 fue el comienzo de una serie de eventos que culminarían en la conquista de Tenochtitlán. Aprovechando las rivalidades entre los pueblos indígenas y la ayuda de aliados como los tlaxcaltecas, Cortés pudo avanzar hacia la capital azteca. La captura de Moctezuma II, el emperador azteca, y su posterior muerte, desestabilizó aún más al imperio.
La batalla final por Tenochtitlán fue feroz y devastadora. Durante meses, los españoles y sus aliados sitiaron la ciudad, cortando suministros y debilitando a sus defensores. Finalmente, el 13 de agosto de 1521, Cuauhtémoc, el último emperador azteca, fue capturado y la ciudad cayó en manos de los conquistadores. La caída de Tenochtitlán marcó el fin del Imperio Azteca y el comienzo del dominio español en la región.
La conquista tuvo profundas repercusiones para los pueblos indígenas. La introducción de nuevas enfermedades, la explotación y la imposición de la cultura y religión españolas transformaron radicalmente la vida en Mesoamérica. Sin embargo, también surgió una nueva sociedad mestiza, resultado del encuentro entre dos mundos.
Hoy, al recordar este evento, es importante reflexionar sobre su complejidad y sus múltiples consecuencias. La conquista de Tenochtitlán no solo fue una victoria militar, sino también un punto de inflexión que dio forma al México moderno. Este aniversario nos invita a reconocer tanto el dolor y la resistencia de los pueblos indígenas como la creación de una nueva identidad cultural que perdura hasta nuestros días.
