Clint Eastwood, la última leyenda viva de Hollywood, cumplió este viernes 94 años. Y así como pasa con esos personajes que muchos dicen que vivieron varias vidas en una, con el paso del tiempo siguen surgiendo historias que tienen al veterano actor y director como protagonista.

Los cuentos sobre el blondie de El bueno, el malo y el feo son incesantes y, al ser transmitidos entre generaciones, varían. Eso define a las leyendas.

Una de sus tantas historias -la que acá nos convoca- es la que dice que un día viajaba en un avión que tuvo que amerizar frente a la costa del cabo Point Reyes, en California, y que huyó del peligro nadando entre tiburones. Es, quizás, la más espectacular de su catálogo.

Apoyándonos en la única noticia sobre el suceso que llegó hasta nuestros tiempos, repasemos qué pasó ese 30 de septiembre de 1951 en el que Clint casi pierde la vida del modo más absurdo.

Nadar con tiburones

Son las cuatro o seis de la tarde. No se sabe bien. A lo lejos, la guerra de Corea. En Estados Unidos, Clinton Eastwood, un ignoto socorrista e instructor de natación de la Armada de 21 años, viaja en avión hacia Sacramento. Está yendo a la base militar Fort Ord.

Los únicos que viajan en el avión son Eastwood y el piloto, Anderson. Están algo perdidos, aunque rumbeados. Salieron acompañados de otro avión idéntico, pero la niebla los distanció.

¿Ya dijimos que hay mucha niebla, no? Eastwood y Anderson están volviendo de la casa de sus familiares en un torpedo Douglas AD-1 Skyraider que supo funcionar durante la Segunda Guerra Mundial.

El drama comienza cuando, de un momento a otro, Anderson nota que las radios empiezan a apagarse. El avión poco a poco deja de sonar como si fuera un torpedo viejo.

El dúo no tiene oxígeno; se marea. El clima no ayuda y el Skyraider comienza a descender sobre el océano debido a que no tiene combustible suficiente para flotar.

Finalmente, el avión ameriza en las aguas linderas a Point Reyes con Clinton y Anderson intactos. En pleno estado de desesperación, los reclutas logran sacar dos balsas de plástico del interior de la aeronave y se lanzan al agua con ellas. Lo bueno es que están cerca de tierra firme. La ven a simple vista.

“Podía ver la costa del condado de Marin desde la distancia. No sé qué tan lejos estaba, parecían 50 millas, pero probablemente eran una o dos. Luego oscureció”, dijo Clint en su momento.

Las pertenencias de los hombres se hunden con el avión hecho trizas. Curiosamente, al mismo tiempo que atan sus balsas una con la otra y se alejan a toda velocidad del cadavérico vehículo, Eastwood y Anderson logran ver el momento justo en que el agua engulle el avión.

El océano está semi congelado y -se enterarán una vez a salvo- lleno de tiburones blancos. Sin embargo, ellos reman ciegos por encontrar la costa. El desahucie es total: ambos están solo con su ropa mojada y la corriente les juega en contra.

"Lo que pasaba por mi mente era miedo absoluto, terror absoluto, porque no sabía nada sobre aviación en ese momento en particular, solo estaba dando un paseo", declaró Eastwood.

Batallan alrededor de una hora contra las revueltas aguas de Point Reyes hasta que de una vez por todas están a pocos metros de la orilla. Una vez allí, ambos se lanzan al agua y deciden separarse para pedir ayuda.