Su nombre es Ramona Villaseñor Moncada, pero desde que tiene uso de memoria le han llamado Paloma y le va a la perfección.

El nombre de Ramona está ligado a recuerdos trágicos en su familia, así que su abuelo decidió usar el que la marcaría de por vida. Le dio un nombre que le facilitó extender sus alas a la libertad que ha disfrutado desde muy joven, cuando encontró su pasión y se fue a seguirla.

Paloma nació en el “mero” Centro de Ciudad Juárez, cerca de la antigua Cárcel de Piedra, por el Arroyo Colorado, en el barrio de los “Tabachines”, donde se localizaban los danzantes o matachines que en esa zona ensayaban las danzas prehispánicas que interpretan en celebraciones religiosas, tradición que se mantiene viva aún.

Experimentar

La vida empezaría a mostrarle su destino aún sin saberlo. Poco a poco se inmiscuyó en actividades que la marcarían y que definirían su futuro. En su juventud no dudó en tomar retos, superarlos y apropiarse cada vez más de las experiencias.

“Mi papá trabajaba en un estudio fotográfico por San Lorenzo y a los 14 años empezó a llevarme con él. Me tocaba la limpieza y hacer compras; eran otros tiempos y una niña podía ir sola a la Chaveña, incluso a El Paso sola, sin problemas. Después aprendí a revelar e imprimir fotografías en blanco y negro”, me presume, y tiene motivos para hacerlo, porque los procesos de revelado tradicionales son un verdadero arte.

A los 16 años conoció a unos artesanos “hippies” que elaboraban joyería. “Después de observar cómo trabajaban, me dediqué con pinzas de punta en mano a desarmar y rehacer collares que compraba en las segundas”. Así nacieron sus primeras creaciones. “Luego aprendí de mi mamá a pintar morrales de manta, zapatos, camisas y la técnica llamada batik para imprimir camisetas”.

Pero el hecho que le daría la pauta para comenzar el vuelo ocurrió cuando tenía 19 años: “me avisaron que en la Feria de Juárez estaban solicitando una ayudante en un puesto y que pagaban 100 pesos diarios. No lo dudé ni un segundo y me presenté a solicitar el empleo. El hombre que me entrevistó me pidió solo un requisito: que pintara mi cabello, que era morado en ese momento, de color negro. Ese hombre se dedicaba a leer el Calendario Azteca y requería que su asistente tuviera una imagen acorde a la mexicanidad de su trabajo, así que esa misma tarde me teñí de oscuro y a la mañana siguiente ayudaba a la lectura del calendario y pintaba figuras prehispánicas que le vendía a los asistentes a la feria”.

Fue tan bueno su desempeño, que la contrataron para viajar de feria en feria con el equipo. En poco tiempo aprendió a leer ella misma el Calendario Azteca, se independizó y se quedó a vivir en la Ciudad de México.

“Desde muy pequeña quise irme de mi casa. A los 5 años hice por primera vez la maleta para viajar sola, luego caí en cuenta que no tenía dinero para el camión y tristemente tuve que suspender el plan. Mi mamá no me regañó, es más, siento que me alentó, así que cuando esta oportunidad se me presentó, no la dejé pasar y me fui”. En ese tiempo conoció a una artesana de filigrana llamada Teresa, que le indujo a ese arte, el cual aprendió de manera autodidacta y lo practica desde entonces.

“Trabajo con metal, piedras semi preciosas, alambre y piel; hago collares, pulseras, bolsas y este tipo de artesanía me ha permitido participar en el Festival Cervantino, en la celebración de Día de Muertos en Pátzcuaro y la principales ferias del país”. Esto hasta 2002, cuando su padre enfermó y tuvo que regresar a Juárez durante un año para acompañarlo y cuidarlo. Una vez que su papá libró la batalla contra la enfermedad, Paloma retomó su vuelo.

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Foto: Yvoné Vidaña

“Me fui a Chihuahua, ahí nació mi hija. Estuve en Camargo, recorrí todo el estado y me asenté en Creel, donde abrí una tienda, entonces vino la temporada trágica de la violencia y tuve que salir de ahí huyendo. Volví a Juárez solo con lo puesto, a reencontrarme con mi tierra. Ya tengo aquí siete años”, narra con nostalgia.

Esa experiencia y ser acusada de manera infundada de feminicidio solo por ser artesana, proceso del que salió completamente exonerada, le han dejado secuelas emocionales en las que aún trabaja para sanar.

Reconocer el arte

Respecto a la situación que viven los artesanos, me comenta: “en la ciudad solo hay 10 personas que trabajamos la filigrana, seis de nosotros somos locales y cuatro foráneos. Nuestra expectativa es que este trabajo sea realmente valorado, que el consumidor pueda distinguir entre el revendedor y el artesano, que nuestras creaciones sean reconocidas como arte, porque eso son”.

Las creaciones de Paloma tienen influencia apache, sioux y lakota y las comercializa en el “Bazar del Monu”, como afectuosamente se refieren al bazar cultural que se monta cada domingo en la Plaza del Monumento a Benito Juárez. Ella fue una de las fundadoras de este espacio.

Imparte talleres de lectura e interpretación del Calendario Azteca y sueña con abrir una galería de artesanías y pintura donde pueda exponer su arte y el de sus compañeros y amigos. Mientras construye su anhelo, trabaja como empleada doméstica por las mañanas, por las tardes en una tienda naturista y los fines de semana crea y vende su arte.

Desde hace un par de años poseo un gran dije de cuarzo que Paloma diseñó, y cada vez que lo porto, quienes lo admiran reconocen su belleza y preguntan por su creadora y me da mucho orgullo hablarles de ella, de su sensibilidad y su capacidad, y al igual que lo hago hoy aquí. Les recomiendo que la visiten, vean sus artesanías, la apoyen y adquieran alguna pieza para ustedes o como obsequio, les aseguro que la disfrutarán.

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Foto: Yvoné Vidaña