Del Antiguo Régimen a la Cuarta Transformación

Con una de las expectativas más grandes que se recuerden en la historia moderna de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador asumió este 1 de diciembre, el máximo cargo al que un ciudadano en este país puede aspirar: la Presidencia de la República.

Y aun cuando también se discute sobre su real significado de este hecho, es también la llegada de lo que políticamente se conoce como la izquierda para gobernar este país. Resultado de las elecciones pasadas, la coalición electoral “Juntos haremos historia” que conformaron Morena, el Partido del Trabajo y el Partido Encuentro Social, se alzaron con el triunfo electoral más importante de la historia reciente de nuestro país, al conquistar más de 30 millones de votos, la cifra más alta de todas las elecciones celebradas desde el periodo posrevolucionario.

En ese sentido y en lo que parece ser, -a contrasentido de lo que ocurre en América Latina-, la llamada izquierda ideológica llega por primera vez a la presidencia de nuestro país, en un momento histórico donde esta región geopolítica vira hacia la derecha, luego de haber vivido una década de gobiernos de izquierda. Virajes de este tipo de observan en la Argentina de los Kichnner que dio el cambio a un gobierno derechista con Mauricio Macri; el Brasil de Dilma Rousseff dio paso al golpista Michel Temer, quien dejará ahora su lugar a quien seguro dará uno de los cambios más importantes de la región con el ultraderechista y conservador Jair Bolsonaro. En ese sentido parecerán aislados los gobiernos de Maduro en Venezuela y de Evo Morales en Bolivia. La Cuba Castrista da también, aunque a pasos más lentos un cambio hacia otros rumbos que no son la derecha precisamente. Aunado a ello, el nuevo gobierno de López Obrador, también deberá enfrentar una de las relaciones más complicadas que se tenga memoria con uno de nuestros principales aliados comerciales como lo son los Estados Unidos, con un racista y xenófobo Donald Trump que de mil maneras ha demostrado su desprecio hacia México.

En ese contexto internacional es que llega López Obrador a la presidencia de nuestro país, en donde internamente cuenta con un abrumador apoyo popular, -pese a una baja ligera en sus mediciones de popularidad-, como nunca antes lo había tenido gobierno alguno. Es decir, las expectativas hacia su gobierno son altísimas, solo comparadas con el desencanto popular ante uno de los periodos políticos más corruptos y sangrientos que se tengan memoria desde el triunfo de la Revolución.

Y es justamente estos temas lo que más expectativas –y más polémica han desatado- el combate a la corrupción, la violencia-narcotráfico y ahora la economía que se tambalea, que el nuevo gobierno deberá dar respuesta, prácticamente de inmediato, porque así se generaron las expectativas. Casi, casi como por arte de magia. “Con el nuevo gobierno se acabará la corrupción”, “con el nuevo gobierno se terminará con la violencia”, “con el nuevo gobierno ya no habrá pobres y una época de bonanza resurgirá”, como aquél ya mítico Milagro Mexicano, fueron palabras recurrentes durante la campaña política y luego ya con el triunfo electoral en la bolsa.

Pero parecería que las cosas no son así y habrá que parar la música y los festejos, el jolgorio y la alegría.

El país que recibe AMLO

Un breve, que no exhaustivo recuento de algunos de los principales temas que aquejan a nuestro país, muestran un panorama desolador y del acierto de las estrategias que se implementen para su combate estará en juego la viabilidad del nuevo gobierno.

Con una violencia desatada prácticamente en todo el país, la llamada Cuarta Transformación, ha decidido no modificar sustancialmente el esquema de combate que implementaron los anteriores gobiernos que hicieron uso del Ejército para el tratar de contener la violencia del narcotráfico, ahora se crea una Guardia Nacional –controlada por el Ejército- sumada a una amnistía y una inexplicable decisión de no proceder contra los corruptos del antiguo régimen, bajo el argumento de optar por entrar a un periodo de reconciliación nacional y confundir la venganza con simplemente hacer justicia. Esa es la apuesta, pero parecería que el desafío es mayor. A unos cuantos días de cerrar el año, la cifra de homicidios ligados al crimen organizado ha superado ya la de 2017 cuando se tuvieron 24, 892 casos, contra los 25, 394 que se registraron hasta septiembre pasado, con lo cual fácilmente se llegará a los 30 mil para cerrar el año, con Reynosa, Tijuana y la zona de Tierra Caliente en el triángulo que forman el Estado de México, Guerrero y Michoacán, como los lugares más violentos.

En el tema de la corrupción, López Obrador recibe al país en el lugar 135 de 180 países, es decir, estamos entre los país más corruptos del mundo a la par de Somalia y Sudán del Sur y muy, muy lejos de los primeros lugares que ostentan Dinamarca y Nueva Zelanda. Lo mismo nos ocurre si nos pasamos a medir la impunidad. De acuerdo al Índice Global de Impunidad que genera la Universidad de las Américas, nuestro país se encuentra entre las cuatro principales naciones del mundo con mayor impunidad. Y cuando uno recuerda temas como la Estafa Maestra, la Casa Blanca, las Empresas Piratas y Fantasma de los Duarte y desde luego sin faltar el célebre caso Odebrecht que provocó la caía de presidentes, vicepresidentes y funcionarios de diversas categorías en todo América Latina, mientras que aquí en México ocasionó solo la caída de los funcionarios que investigaban estos casos de corrupción, pues entonces se entiende perfectamente el lugar que ocupamos en este índice de impunidad.

Así es el México que recibe López Obrador. Con un Estado de Derecho débil, con una creciente desconfianza en las instituciones y un Congreso con mayoría, pero no la calificada, con lo cual se podrían detener varias iniciativas como fue el caso reciente del tema del fuero, donde simplemente no pasó. Esta situación será recurrente en el próximo trienio, al menos que la composición de las cámaras cambien en la segunda parte del sexenio. La falta de mayorías calificadas para poder modificar la Constitución desde 1997, el último año en un partido político –PRI- hizo y deshizo en este país al tener el control absoluto de las dos cámaras. Pero esta situación, también nos abre una ventana de oportunidad para que la Cuarta Transformación nos dé una sorpresa e inaugure una figura recién incorporada a nuestro entramado legislativo: los Gobiernos de Coalición, el cual en cualquier momento podrá invocar el nuevo gobierno y que tiene como objetivo justamente el conseguir las mayorías calificadas en los órganos legislativos. Una novedosa figura que nunca hemos implementado en nuestro país. Algo muy parecido al Pacto por México que puso en marcha al inicio de su gobierno Enrique Peña Nieto, pero sin tener un respaldo jurídico-legislativo, sino más bien político que le permitió sacar adelante las llamadas grandes reformas estructurales en nuestro país, las cuales, justamente el nuevo gobierno ha anunciado ya dará marcha atrás, como lo son la energética y la educativa, en primer lugar.

Así es el México que recibe el nuevo gobierno. Con una clara irritabilidad social y una desbordada esperanza de cambio. Un México sumido en la inseguridad y en la pobreza, dominado por el narcotráfico en amplias regiones del país y con unas arcas vacías producto del desvergonzado saqueo de una clase política rapaz, a la cual, ahora, el nuevo gobierno está dispuesto a perdonar bajo el argumento de que no se debe entrampar el país en una tema de esta naturaleza en la que López Obrador identifica como ejercicios de venganzas –que no le gustan, dicen- y no como lo que deberían ser: la aplicación de la ley para llevar a los actos de justicia y reparación del daño ocasionado al país por sus funcionarios corruptos.

En materia económica, las cosas no pintan mejor. Con cancelaciones de megaproyectos como el aeropuerto de la Ciudad de México, con un dólar que casi llega a los 21 pesos y que afecta principalmente a la región fronteriza y una gasolina cuyo precio cada día es más estratosférico que oscila entre los 19 y 21 pesos también, una canasta básica cada día inalcanzable y un cada vez más mísero salario.

En contraparte, el nuevo gobierno se ha mostrado más sensible que los anteriores y arrancará trabajos con un severo plan de austeridad que no tiene precedente en la historia de nuestro país y que sin duda, es de los planes y proyectos que mejor ha visto la ciudadanía. El plan contempla una drástica disminución de salarios a los principales funcionaros del Poder Ejecutivo, en donde –al menos en teoría- ninguno podrá ganar más de los 108 mil pesos mensuales que se ha fijado en nuevo presidente, quien pese a su voluntarismo, no logró que los multimillonarios ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación disminuyeran sus insultantes emolumentos, en un país con 54 millones de pobres y con 9.4 millones de mexicanos sin ningún servicios básico.

Así inicia pues el nuevo gobierno, con una especie de “dadaísmo administrativo” donde el caos reina sobre el orden en la nueva administración pública, donde la desconcentración se confunde con la descentralización. Con deseos y buena voluntad de cambiar sedes de secretarías pero no con iniciar procesos verdaderos de descentralización administrativa, con el resurgimiento de inoperantes y vetustas figuras como los llamados “superdelegados”, reminiscencias del México decimonónico, y los cambios de nombres y maquillajes de otras con la mayoría de nuevos funcionaros inexpertos, muchos de ellos ansiosos solo de poder, y con escasa capacidad y experiencia administrativa, más preocupados en darnos a conocer su florido albureril lenguaje porque ahora en la Cuarta Transformación hay que hablar las cosas por su nombre. Así iniciará el nuevo gobierno.

Termina una era de impunidad, sangre, violencia, saqueos y una desenfrenada corrupción e inicia una nueva donde la esperanza de que todo cambie será la luz que guíe para encontrar el final del túnel.

¿Lo veremos?

Por Servando Pineda Jaimes

Fuentes: INEGI, VI Informe de Gobierno, CNDH, SNSSP, Cámara de Diputados, Cámara de Senadores, CONEVAl, OCDE.

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