Ciudad Juárez.- Desde que estaba en la primaria, solía jugar con la cámara portátil de mi papá, una handycam, me gustaba explorarla, grabar la realidad para conservarla, usar la luz para alterar las imágenes, crear mi propia visión de las cosas”, comenta Mónica cuando nos reunimos a charlar y le pregunto dónde nace su gusto por las artes visuales.

Esa curiosidad infantil la llevó, ya con 18 años, a tomar talleres de fotografía, ¿su área favorita? la colorimetría, donde la composición usa los colores para lograr mayor armonía en la imagen y ahí descubrió que la iluminación natural es su predilecta.

“Por eso elegí crear documentales, son más orgánicos, captan momentos reales”, comenta.

Cuando conocí a Mónica Blumen, me pareció una joven muy seria, amable y dedicada, compartiríamos un taller de edición cinematográfica y jamás imaginé que tenía ante mí a una profesional nominada al Ariel, porque como es reservada y modesta, pasarían meses antes de saber a quién tenía al frente.

Aquella chica que usaba su primer cámara fotográfica automática para captar imágenes, imprimirlas y hacer collages para decorar su habitación, dedicaba después horas en analizar su trabajo, detectar errores, aprender a través de la práctica, “soy observadora de momentos, imágenes, lugares, busco instantes que me hagan sentir algo”, reflexiona al saborear ese recuerdo.

Mónica, juarense de nacimiento, recibió en el año 2000 la invitación de un amigo para trabajar como asistente de dirección en una película que se grabaría en el Centro de Reinserción Social para Adultos 3 (Cereso 3), que contaría cinco historias enlazadas en el interior del penal y la joven que hasta ese momento se reconocía como amante de la fotografía, descubrió una nueva y perenne pasión: el cine.

Durante esa producción conoció las funciones de los integrantes de un equipo cinematográfico (crew), aprendió como se mueven las cosas detrás de cámaras en el cine y al terminar ese empleo, se presentó ante sus padres e hizo una declaración que marcaría el destino de su vida: “Ya sé que quiero estudiar: Cine”, y como contaba con el apoyo familiar, inició su educación en ese campo.

Estudiar cine la llevaría a Guadalajara, donde tomó primero un diplomado en Edición de Video, “eso me fue de gran utilidad cuando ingresé a Cinematografía, porque al estar adelantada en esa materia, pude practicar mucho, los maestros me incluían en esa labor en casi todos los proyectos que se desarrollaron durante los años de estudio”, no conforme, al finalizar la carrera, agregó un año y medio de Publicidad para Cine.

Estaba lista para enfrentarse a la industria. Pero la nostalgia por su tierra comenzó a invadirla, hasta que no se resistió y emprendió el camino de regreso a casa: Ciudad Juárez.

Instalada en esta frontera, una nota periodística llamó su atención, en ella se narraba la tragedia de un joven rockero, miembro de una dinastía musical reconocida en la región, los Valtierra.

El músico había recibido una descarga eléctrica de 13 mil 500 volts y apenas había sobrevivido. La fotografía de ese joven, su cabello, sus tatuajes, el nombre de su banda, la capturaron e inició una aventura que la tiene aún cautiva.

Tras un trabajo de investigación, Mónica entra en contacto con “Keru” Valtierra, integrante del grupo Motocacas. “Fue a través de su novia que llego a él, me asombró que tenía una traqueotomía y lo que pedía para reunirnos, era que llevara una caguama y pues se la llevé”, tuvo que pasar tiempo después de ese encuentro para que el proyecto de contar la experiencia de Keru fraguara. “Meses después de ese primer contacto, sonó mi teléfono, una voz desconocida, era él, que al fin le habían retirado los aparatos y podía hablar, estaba dispuesto a contarme su historia, fue casi un año de trabajo conjunto para llegar a un guion sobre su vida”.

Mónica obtiene con ese proyecto la beca Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) para jóvenes creadores y le piden que su película, se convierta en un cortometraje y así nace el multipremiado documental “13,500 volts”, proyectado en Cannes, entre otros festivales, y nominado al Ariel.

“Esa nominación me ha abierto muchas puertas, ahora doy talleres, charlas, cursos y hoy en día coordino el programa Polos Audiovisuales de Imcine en Juárez”, dijo orgullosa de su trabajo. Además “13,500 volts” se convertiría en lo que originalmente Mónica planeó: un largometraje, “llevó cuatro años invertidos en este proyecto, la última etapa de rodaje está programada para julio de este año y su estreno será en 2020”, sonríe complacida.

Pero las historias no son como en el cine, tienen lados oscuros y el de esta cineasta juarense es la falta de reconocimiento en su ciudad natal. “Recibo llamados para trabajar en producciones en la Ciudad de México, en Guadalajara, en los grandes centros de la industria y aquí (en Juárez), he tenido muy malas experiencias, con personas y organismos para los que he trabajado, siento que debería poner en mis planes el migrar, no sé qué más hacer para que se me reconozca, apoyen mis proyectos y no tenga que irme”, concluye entre triste y enojada.

Ante ese escenario, ella sigue desarrollando proyectos e historias para filmar, cosa que de alguna u otra manera llevará a cabo exitosamente, porque de una cosa estoy completamente segura: ella es una ganadora.

El cine en la frontera vive actualmente un momento interesante, ojalá que los ojos de esta industria se posen en una de sus más reconocidas protagonistas, la cineasta Mónica Blumen.

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