En estas semanas el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha delineado cuál será su estrategia de comunicación una vez que formalmente asuma la presidencia de la República el 1 de diciembre. Mantiene rasgos de la comunicación que siempre lo han caracterizado y añade otros.

El eje central de la estrategia es marcar todos los días, desde temprano, la agenda noticiosa que está en los medios. Él sabe, es una de sus habilidades, siempre dar nota. Así, los medios se vuelven caja de resonancia de todo lo que dice o hace.

Es muy probable que a partir del 2 de diciembre, después de su reunión con el gabinete de seguridad que ya dijo será todos los días a las seis de la mañana, dé formal o informalmente una conferencia de prensa. De esta manera retomaría las “conferencias mañaneras” de cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México.

Para dar nota utiliza calificativos exagerados, medias verdades e incluso mentiras. Habla a su base. Asume que eso va a provocar reacciones negativas en diversos sectores, pero los suyos siempre se van a solidarizar con él. Entonces la adhesión se redobla. Sabe también que la prensa solo va a registrar su dicho y nunca lo van a desmentir.

Cuando los medios de la época dan voz a las críticas en contra de lo que ha dicho o hecho, él reacciona descalificándolos. El adjetivo que usa para ello es el de “prensa fifi”, que debe entenderse como una prensa clasista que está en contra de su proyecto. Nunca ha utilizado el calificativo de “noticias falsas” y va directo contra el medio.

Ya en la presidencia lo que debe de esperarse es, en la medida que los medios den lugar a las voces críticas o al trabajo de investigación sobre las fallas de las acciones del gobierno, que incremente su reacción negativa ante éstos y también ante periodistas en lo particular.

El contenido de todo lo que dice siempre es ambiguo y lleno de lugares comunes. Aporta muy poco y en muchas ocasiones nada. Siempre es un mensaje dirigido a su base, que quiere seguir empleando, y no a la totalidad de la sociedad. Él sabe que quieren oír los suyos y se los dice.

En relación directa con lo anterior está, y esto va a seguir, que un día dice una cosa y al día siguiente otra. Esta contradicción tiene dos explicaciones. Desde siempre, es parte de su éxito, ha dicho lo que su audiencia quiere decir, pero en su nueva condición es imposible que en los medios no registren que se contradiga. Es nota.

Está también lo que fue el discurso de la campaña de los últimos 18 años y el que ahora está obligado a asumir como presidente. Con frecuencia él mismo no ubica el espacio en el que está. Las promesas simplemente no las puede cumplir y se pronuncia en contra de lo que antes dijo. Los ejemplos son cada día más.

Otro elemento es encontrar a quien culpar de todos los males. En los 18 años pasados fueron el PAN y el PRI; el PRIAN. En días pasados habló de que si le iba mal a la economía no sería su responsabilidad, sino de las circunstancias internacionales y del Banco de México. Es un hecho que todavía no define con claridad cuáles serán los adversarios de su gobierno. Ya los definirá.

La estrategia de comunicación de López Obrador y, también su manera de operarla, es muy semejante a la de otros candidatos y presidentes en funciones de muy distintos países (Estados Unidos, Bolivia, El Salvador…). Es una nueva manera de articular elementos que ya existían. Hay especialistas que estudian este fenómeno que tiende a multiplicarse.

En síntesis, más allá de las particularidades de cada caso, son seis los elementos que caracterizan esta nueva comunicación: marcar todos los días la agenda de lo que se discute en los medios; dirigirse solo a la base que ya se tiene; dar nota mediante la exageración o incluso la mentira; mantenerse en la ambigüedad y las generalizaciones; tener siempre a quien culpar y atacar a la prensa que da voz a la crítica.

Rubén Aguilar Valenzuela

Twitter: @RubenAguilar

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