Ciudad Juárez.- En la indigencia, la palabra esperanza es solo eso, una palabra; las ambiciones quedaron en sueños rotos; los afectos, prefieren desterrarlos de su mente, de sus recuerdos; en la indigencia no hay frío, ni calor, ni limpieza ni suciedad y todo pasa, así como ellos y ellas dejan pasar las horas, la vida; mientras que la gente camina en las calles, corre en su diario batallar, sin ver a los invisibles, porque están ahí y a veces les dan un peso, pero no los ven, son los indigentes.

Al igual que la sociedad, las autoridades saben que existen y hacen como que los ayudan pero nada, todo sigue igual, cada quien en su mundo, en sus intereses y compromisos, sin reparar en que ellos, los invisibles, los indigentes, son seres humanos como todos, que alguna vez tuvieron un hogar y familia que los amó, una posición social, pertenencias así como ambiciones y sueños que los impulsaban a salir a la calle, a luchar en la vida pero algo terrible les sucedió y en un momento se vieron sin nada y en las calles, donde buscaron refugio al perderse entre la multitud y callejones.

Por las noches se ponen en posición fetal sin darse cuenta, como acurrucándose en el vientre de su madre, tirados en el rincón de unas tapias, debajo de un puente o entre la tierra y el pasto de un parque para tratar de dormir, tapándose con los trapos que cargan o con papel periódico y, por la mañana, a ver dónde consiguen algo para comer, buscan entre la basura, piden a la gente ayuda y muchos terminan en comedores para indigentes.

De profesionistas y empresarios a las calles

Revista Net dialogó con varios indigentes, algunos evasivos y agresivos, otros temerosos, retraídos y otros con su mente extraviada, a manera de evadirse de sus recuerdos, de la realidad y deambulan entre la gente… sin sentirse parte de ella.

Uno de los pastores de un comedor para indigentes, Víctor Hugo Sánchez, quien a lo largo de 15 años ha extendido su mano y la palabra de Dios a los que llegan ahí, al comedor La Esperanza, relató casos dramáticos de hombres prominentes que terminaron en las calles, desposeídos, como indigentes.

“Conocí como cinco casos de profesionistas y empresarios que terminaron como indigentes, sin familia, sin propiedades, sin amigos, sin aspiraciones, luego de que lo perdieron todo”.

Explicó que en una de las recesiones económicas, dos empresarios perdieron todo y quedaron con deudas enormes y al perder incluso sus negocios, “llegaron al extremo de perder a la familia al caer en depresión y recurrir al alcohol, en poco tiempo terminaron en las calles ya sin voluntad ni aspiraciones”, relató el pastor.

Dijo que los otros casos de profesionistas y empresarios que terminaron en las calles sin nada fue debido a las drogas y al alcohol, “recuerdo que dos de ellos terminaron en el que conocemos como ‘escuadrón de la muerte’ porque buscan la muerte con el alcohol, pero asegura que la mayoría de las personas que viven en las calles son migrantes que llegan de otros estados o que fueron deportados y no han conseguido los medios ni oportunidades para ser gente productiva.

Asegura el pastor que ahí no sólo les dan alimento y, a veces, un techo donde dormir, trata de motivarlos para que salgan de ese letargo e intenten volver a la vida productiva y rehacer su vida, pero son pocos los que escuchan y lo intentan.

Hay desposeídos que pierden la cordura

“No son palomas, ¿qué no ve?, son tarántulas y alacranes”, expresó un tanto molesta doña Carmela, quien compartía su poca comida con decenas de palomas que llegaban hasta ella para aceptar la invitación del alimento.

Carmela, de poco más de 70 años de edad, robusta, con prenda sobre prenda sobre su cuerpo y un bonete de estambre cubriendo parte de su cabeza, saboreando aún el sorbo de sopa que había ingerido, estaba sentada en una base de concreto en la plaza frente a la Catedral, en el centro, inmersa en sus pensamientos, ajena a todo lo que la rodeaba, menos a las palomas a las que arrojó parte de su sopa para que se alimentaran.

Fue cuando nos sentamos a su lado y la elogiamos por compartir su comida pero su respuesta fue de enojo, “son tarántulas y alacranes, no palomas, ¿qué no las ve?”, dijo enfática mirándonos con sus pequeños ojos sin brillo, para luego volver la mirada a las imaginadas alimañas.

Preguntamos a Carmela sobre su familia y respondió que su mamá estaba en la casa, describiéndola como una mujer gorda y a su papá como un hombre flaco.

Habló de algunos recuerdos sobrevivientes, pero al preguntarle de cómo la trata la gente, respondió: “esas no son personas, míralos bien, son puros muertos que siempre están ahí, pero no tengas miedo, no hacen nada, pero los alacranes y tarántulas, esas si son malas”, dijo refiriéndose a las palomas.

Doña Carmela vive en las calles y siempre carga bolsas con sus pertenencias, ropa básicamente camina en su extraño mundo, ajena prácticamente a toda realidad.

Rompe lazos familiares

Una de las grandes pérdidas para los indigentes es su familia, y el impacto de ello es tal que muchos terminan por bloquear todo recuerdo de ella, como es el caso de Don Rogelio, un adulto mayor que, viviendo en las calles, circula en silla de ruedas y ocasionalmente reside en refugios.

Su incapacidad para poder trabajar es lo que más le afecta, vive de la caridad pública.

Rogelio relata todo lo que batalla para poder moverse por las calles y sobrevivir, mientras a cada momento manifiesta su enojo con todo, con la vida, “¿y usted por qué me pregunta tanto?”, cuestiona enojado, le repetimos que es parte del trabajo y dijo: “no tengo mucho que decir”, y al querer saber de su familia, si la tenía y por qué no lo ayudan respondió molesto:

“¡No sé nada, no tengo familia! Si la tuve alaguna vez, no me acuerdo… ya se murieron muchos y otros no sé, no sé nada…. ¡¡ no me pregunte de ellos, no quiero hablar de eso!!”, y ya no quiso decir más.

Viven entre peligros y agresiones

Principalmente son mujeres indigentes quienes corren más peligro y son víctimas de agresiones.

Margarita, de cerca de 50 años de edad, originaria de Querétaro, estaba sentada en un escalón de concreto, recargada sobre una puerta de madera, muy enojada, comía un vaso con sopa y RevistaNet le pregunto qué le ocurría.

Casi gritando dijo que cuando le servían de comer, uno de los hombres ahí, escupió en su plato y “me dio mucho asco y coraje por lo que tiré esa comida”, relató que en su vaso, le dieron más comida, pero dijo estar muy enojada.

Le preguntamos qué peligros enfrenta durante la noche, al dormir debajo de puentes y en parques:

"Ya son dos veces que me despiertan manoseos, me tocan por todas partes, al despertar me di cuenta que eran otros vagos que también duermen por ahí y me esculcaban a ver qué encontraban”.

Comentó que ahora busca dormir junto a otros conocidos para evitar esas cosas. Margarita dijo que tiene un mes en la ciudad, viviendo en las calles y trabaja vendiendo pulseras tejidas de hilo.

Relató que intento buscar trabajo en empresas o maquiladoras, pero no tiene documentos de identificación, por lo que no lo consiguió y espera juntar dinero con las ventas de pulseras para regresar a su pueblo en Querétaro, porque intentó cruzar a Estados Unidos. Cuando apenas lo logró, la capturaron y deportaron. Ya no quiere intentarlo más.

Son sólo testimonios que muestran la situación crítica de este sector, los desposeídos que se refugian en la indigencia y muchos tratan de bloquear sus recuerdos y afectos para tratar de no sufrir, mientras que otros se castigan por los errores cometidos, arrojándose a las calles y a la miseria, en tanto que a muchos más las circunstancias, la falta de oportunidades y carencia de documentación les impide tener trabajos dignos y son arrastrados a las calles, a la indigencia.

Sin duda la indigencia es un problema social que afecta profundamente a un sector vulnerable, situación a la que las autoridades no han hecho frente de manera concreta, pero queda claro que una atención integral, sobre todo psicológica o económica, podría lograr la reintegración de estas personas desposeídas. Desposeídas de su trabajo, bienes, salud, familia o cordura.

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