Ella viste cotidianamente a la usanza rarámuri, con esas coloridas faldas con holanes en juego con una blusa con sobre pechera que vemos con desinterés en las esquinas tras decir un “no” rotundo a la petición de “korima” (comparte) de la mujer que nos extiende su mercancía o su mano.

Ella decidió un día dejar su casa y la “vida moderna”, y aventurarse con Dios en la maleta a compartirse con una comunidad en medio de la nada, en el centro del todo, en la sierra Tarahumara, en las faldas de las Barrancas del Cobre, en pleno Guachochic.

Huérfana de madre desde muy pequeña y de padre al inicio de su adolescencia, Sandra Luz navegó entre su natal Durango, Cuauhtémoc y Ciudad Juárez antes de encontrar el lugar perfecto al que la vida la llevaría y donde podría conocer el significado de la palabra Hogar, así, con mayúsculas, ese sitio donde nada falta aunque de todo se carezca.

Sandra es una mujer vivaz, de risa fácil, semblante amigable, pero recio carácter y con la fortaleza que los rigores de sus primeros años le enseñaron a tener para obtener lo que quiere y ella quiere mucho.

Esta tarde llega desde muy lejos y tras 10 minutos de conocernos, ya charlábamos como viejas amigas, su historia es motivante y conmovedora, es una de esas historias que se disfruta contar y se aprende al escuchar, es la historia de Sandra Luz Cerda Martínez, duranguense por nacimiento, pero ahora chihuahuense hasta el tuétano.

A sus 18 años, el líder de su comunidad religiosa en Juárez la invita a participar en una estadía misionera en la comunidad rarámuri, denominada Guacayvo, en el municipio de Guachochic, después de terminado el espacio de su viaje, es conminada a permanecer de manera permanente, como encargada del proyecto y su corta edad la lleva a declinar la oferta, aunque promete hacerlo más delante.

Esa promesa la lleva, 5 años después, a volver advirtiendo que su estancia sería únicamente por un año; los meses transcurrían dificultosos, ajenos a su misión, queriendo volver a Juárez, anhelando dejar atrás la estufa de leña y la violencia que las mujeres de la etnia viven.

Pero el destino es caprichoso y la joven Sandra, la “maestra” Sandra, como ahora le llaman en Guacayvo, cumplirá pronto 10 años viviendo en plena sierra chihuahuense.

Entrar en los detalles del proceso de asimilación de las costumbres que ahora son propias nos llevaría varias entregas, pero la anécdota que más me conmovió fue en la que los habitantes de Guacayvo le preguntan a la chica recién llegada, “¿y cuánto te piensas quedar aquí? porque todos vienen poquito y se van, nos olvidan, no regresan”, este reclamo mueve de tal manera el corazón de Sandra, que la motiva a no ser como esos “todos” y tomar un compromiso permanente con la comunidad.

En ese tiempo, ha adoptado a dos pequeños de la localidad, se casó con un joven rarámuri, tiene un hijo propio y otro que viene en camino, viste a la usanza y ahora no concibe la vida fuera de esas tierras.

Ella es ahora un miembro respetado de Guacayvo, encabeza un comedor que atiende a casi 100 niños de las poblaciones cercanas, que le mueve día a día a promover la obtención de recursos económicos que le permitan seguir ofreciendo alimentos a estos pequeños que son tan suyos como los propios.

Sandra Luz cree en el precepto de no dar peces, si no enseñar a pescar, por lo que se dio a la tarea de organizar un grupo de 15 mujeres entre 18 y 50 años y junto con ellas fundar “Wesemati”, que significa “Muy Bonito”, una cooperativa donde fabrican artesanías, joyería, “guares” (canastillas tejidas) y trajes típicos para el mercado turístico y de cuya comercialización se generan recursos para las integrantes de la cooperativa y el comedor.

Pero su energía da para más y sus sueños no se detienen, el siguiente proyecto en la lista de Sandra es lograr la construcción de una Clínica de Primer Contacto que aplique el uso de la medicina tradicional tarahumara e integre un albergue para mujeres víctimas de maltrato intrafamiliar, mal que, como ya había comentado, aqueja a muchas de sus cercanas, en donde puedan aprender un oficio y contrarrestar la desnutrición, pero sobre todo, conocer y hacer valer sus derechos a una vida digna y libre de violencia.

Estoy segura que lo logrará.

Su hogar ahora se encuentra a ocho horas por carretera de Ciudad Juárez, camino que recorre algunas veces al año en la búsqueda de apoyo, donaciones, comercialización de sus productos y, por qué no, abrazar a aquellos que la respetan, admiran y quieren en esta frontera que la vio crecer para convertirse en la guerrera que hoy es.

Al concluir nuestra conversación le cuestiono sobre estos 10 años y lo que le han dejado, y sin pensarlo ni un segundo responde: “la vida ha sido maravillosa”, mientras me obsequia una generosa sonrisa y yo solo puedo decirle: ¡Matétera-Bá Sandra Luz!, que en idioma rarámuri significa “Gracias, Sandra Luz”.

Si usted está interesado en adquirir joyería, ropa artesanal o cualquiera de los productos Wesemati o apoyar al comedor infantil de Guacayvo, contacte directamente a Sandra a través de su cuenta de Facebook como Sandra Luz C Mtz, pero le pedimos un poco de paciencia, a sus alrededores no hay luz eléctrica, mucho menos internet, pero le aseguro que en cuanto viaje por víveres a Creel y logre una conexión, le dará respuesta a su mensaje.

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